Nada más falaz
que afirmar que vivimos tiempos de libertad, soberanía e independencia. Todo lo
contrario, padecemos las consecuencias de un proyecto político militarizado,
represor, entreguista y reaccionario pero que se disfraza con una falaz
retórica socialista y antiimperialista. El desastre milico-bolivariano
constituye una actualización de los perversos y anquilosantes populismos de los
años 40-60 pero con una impronta bonapartista. El bonapartismo deriva del papel
desempeñado por Napoleón I y su sobrino Luis Bonaparte en la historia de
Francia y fue acuñado por primera vez por Marx en “El 18 Brumario de Luis
Bonaparte” (1869). Suelen ser regímenes militarista de carácter represivo, instrumentos
del capital extranjero, que usurpan la representatividad del pueblo, y generan
falsas esperanzas libertarias entre los más humildes y excluidos sociales.
El carácter
bonapartista del régimen milico-bolivariano es evidente. Al margen de su
retórica socialista, el régimen ha continuado imponiendo su capitalismo de
Estado explotador, con el apoyo de la Fuerza Armada, de los cuerpos represivos
y del capital transnacional. Maduro y su pandilla han continuado ejecutando las
políticas neoliberales del fallecido comandante galáctico (impuestos
regresivos, apertura petrolera -empresas mixtas-, pago de la deuda
externa, endeudamiento interno-externo,
devaluación de la moneda, etc.) y ha puesto en práctica nuevas iniciativas perversas
como la creación de las zonas económicas especiales, verdaderos paraísos de
explotación neoliberal.
Es evidente
que el socialfascismo bolivariano no ha superado los límites socio-económicos
de un “capitalismo de Estado explotador”. Las medidas económicas no han ido más
allá de estatizaciones de empresas con contenido capitalista, de la creación de
unas improvisadas empresas de producción social que han resultado un total
fracaso, y del establecimiento de cooperativas socialistas, verdaderos
engendros de atropellos contra los trabajadores.
El vocablo
socialista para los milicos bolivarianos no tiene otra connotación más que la
de un simple edulcorante social para cubrir el verdadero rostro de su
proyecto explotador, excluyente y represor. Nos hablan de un ajuste monetario
socialista, cuando en realidad se trata de una vulgar devaluación, invocan una
política de precio justo socialista para los combustibles, ante un ramplón
aumento de la gasolina. Reivindican una soberanía energética socialista, para anunciar
la nueva apertura bolivariana ya sea en el otorgamiento leonino de concesiones
petroleras a transnacionales y/o la creación de nuevas empresas mixtas.
Estas
políticas equivocadas evidentemente han profundizado la crisis económica del país,
la cual se refleja en una elevada cifra de desempleo real (14%), en un
acentuado proceso de inflacionario (68% al cierre del 2014) la más alta del
mundo, según expertos, en una sistemática devaluación de la moneda (266 BsF por
dólar USA), en un deterioro de la capacidad adquisitiva del venezolano y un
proceso de desindustrialización del país. Pero además, en un descomunal
endeudamiento externo (de 28 mil millones de $USA en 1998 a 330 mil millones de
$USA en el 2014), ello a pesar de los enormes recursos que por concepto del
negocio petrolero han entrado a las arcas de la nación (aproximadamente 1.893 billones
de $USA en estos 16 años).
La fascinación
de ciertas izquierdas, en especial la Latinoamericana y la Europea, por los
regímenes bonapartistas y antidemocráticos, no es un hecho nuevo, ni asilado.
Ya es común ver a dirigentes y organizaciones políticas de “izquierda” reptar
en apoyo de estos regímenes bien sea por ingenuidad ideológica (pocos lo creen)
o por pragmatismo económico (bien remunerados). Si no, que le pregunten a Pablo
Iglesias, a Juan Carlos Monedero, o al decano de todos ellos Ignacio Ramonet.
Más temprano
que tarde el pueblo venezolano será el sepulturero del absurdo y reaccionario
bonapartismo bolivariano.
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