La falaz
afirmación de que el mayor logro de la revolución bolivariana ha sido la
redención de los pobres ha quedado al desnudo. Los datos proporcionados por la Comisión
Económica para América y el Caribe (CEPAL) y el estudio realizado por las
Universidades Católica Andrés Bello, Universidad Central de Venezuela y
Universidad Simón Bolívar (2014) desmontan el libreto Goebbeliano del régimen y
sus acólitos internacionales sobre la erradicación de la pobreza en el país.
Los tan cacareados
éxitos de la revolución en la erradicación de la pobreza y la exclusión social,
publicitados a través de su poderosa maquinaria propagandística, se reducen a
un vulgar engaño político destinado a seducir a incautos e ingenuos en cuanto a
los logros de su falsificado socialismo militarizado.
La CEPAL ha
señalado en su informe que el combate a la pobreza y la exclusión en nuestro
país han sido superficial y volátil, sujeto a las fluctuaciones del ingreso
petrolero y a la voluntad del mandatario de turno. Tal afirmación desmonta el
ya manoseado discurso del éxito del modelo político-social de la revolución.
Igualmente, el
estudio realizado por las Universidades Católica Andrés Bello, Central de
Venezuela y Simón Bolívar demuele el mentiroso discurso oficial sobre la eliminación
de la pobreza al señalar que aproximadamente más de 3,5 millones de hogares
venezolanos están sumidos en la pobreza, y que aproximadamente 1,7 millones de
ellos viven en condición de pobreza extrema (incapacidad de satisfacer
necesidades básicas para vivir como: alimentación (2.200 calorías por día),
agua potable, vivienda, electricidad, sanidad, y cuidado de la salud.
Además, el análisis
universitario revela que el nivel de pobreza actual pasó de un 45% en 1998 a un
48% en 2014. Es decir que a pesar de toda la propaganda chapucera del
oficialismo hoy en Venezuela hay más pobres que hace 16 años. Pero lo
paradójico es que tal realidad dantesca existe después de que los regímenes
fachobolivarianos han disfrutado del mayor boom petrolero de la historia,
ingreso que alcanzó la descomunal cifra de 1.280.208.000.000 dólares. Ello sin contabilizar
los sistemáticos endeudamientos de la República con entes internacionales (Rusia,
Fondo Chino), ni la venta de bonos de la República y de PDVSA.
A pesar de esa
deslumbrante cantidad de recursos (1,28 billones de dólares), inexplicablemente
tenemos que el 48% de nuestra población vive en condiciones de pobreza y los venezolanos
sufrimos las consecuencias de una inflación galopante (150% según algunos
analistas), de escasez de alimentos básicos (leche, pollo, azúcar, huevos,
harina de maíz) y medicamentos, de empleos precarios o informales, de inseguridad
personal, de crisis de vivienda, del deterioro acelerado de los servicios
básicos (agua, electricidad), del colapso de la salud y la educación y de unas pésimas
vías de comunicación. Evidentemente las políticas improvisadas, coyunturales y electoralistas
de los regímenes bolivarianos han conllevado a un despilfarro irresponsable y
gansteril de los ingresos petroleros.
Esta triste
realidad contrasta con las afirmaciones alucinantes del ya fallecido comandante
galáctico quien aseguraba que Venezuela era un “país potencia en lo social,
económico y político gracias a la inversión social, a las misiones sociales, que
habían permitido la erradicación de la pobreza”. Primeramente, las misiones nunca
surgieron como un mecanismo para combatir el flagelo de la miseria, sino como un
instrumento de distribución de los excedentes petroleros para aumentar y
consolidar el apoyo electoral, es decir ganar elecciones. Las misiones desde
sus inicios han estado orientadas a profundizar el control social-electoral de
los ciudadanos. Ello ha quedado demostrado en los sucesivos éxitos electorales
del fachochavismo a pesar de su rotundo fracaso social y económico como
proyecto de gobierno. A pesar de haberse invertido cientos de millones de
bolívares en estos programas, la magnitud de su fracaso está a la vista: hoy
hay más familias pobres en el país que hace 16 años.
Es obvio que estas
políticas malévolas ejecutadas por estos manipuladores de la miseria humana no
representan una solución estructural a la problemática de la pobreza y la
exclusión social. La prolongación en el tiempo de estas limosnas sociales,
lejos de erradicar las causas estructurales de la pobreza, por el contrario las
han exacerbado. Hoy existen más pobres que antes y lo más preocupante es que dichas
políticas han estimulado el surgimiento de un “sujeto social eunuco con
mentalidad parasitaria” que pretende vivir de ingresos que no son fruto de su
trabajo creador, sino de las dádivas provenientes de un Estado populista explotador.
Lamentablemente
hoy vivimos de nuevo la feroz paradoja de un petroestado rico que ha sido
incapaz de superar las brechas de la inequidad y atraso social, y que
paradójicamente e irónicamente ha promovido una pobreza masiva de sus
ciudadanos en nombre de una falaz revolución.
La bastarda
revolución bolivariana se ha transformado en un maquina infernal productora de desigualdades
sociales, hambre y pobreza.
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