En el año 1998 Venezuela presenció el
agotamiento del proyecto hegemónico bipartidista, y su sustitución por el
neofascismo bolivariano del insepulto tte coronel. Proyecto militarista y
reaccionario fundamentado en distorsiones y
falacias históricas, así como en una ilusoria luz libertaria. Con ello nacía el
siniestro socialfascismo del siglo XXI al mejor estilo del fascismo de la
Italia de Mussolini y del nazismo de la Alemania de Hitler del siglo pasado.
Desde su llegada al poder (1998) y posterior asalto del
Estado (1999), el neofascismo bolivariano se ha orientado a
imponer la muerte como política de Estado, a fin de destruir el enemigo
interno -lenguaje usado por el jurista del Nazi Carl Schmitt- dándole
continuidad al proyecto hegemónico del pasado, pero con nuevos actores. Política
nefasta que se ha sustentado en la maquinaria represiva del Estado (violencia
psicológica y física), la militarización de la sociedad, control social, la
judicialización de la protesta social, así como la institucionalización de la
tortura y la muerte.
La eliminación del disidente ideológico como política de
Estado tiene larga data en nuestro país. Dictaduras como la Juan Vicente Gómez
y de Pérez Jiménez apelaron a la tortura y al asesinato como políticas de
Estado. La llegada al poder del bipartidismo adeco-copeyano reprodujo muchas de
las ignominias de los regímenes dictatoriales del pasado. Instituciones como la
DIGEPOL- DISIP, la PTJ, el SIFA, y los Teatros de Operaciones (TO) se
convirtieron en tenebrosos centros de torturas y muertes. El ascenso al poder
de la peste bolivariana (1998) trajo consigo la instauración de un "terrorismo de Estado Bolivariano"
como sistema de acción política, que implicó entre otras cosas la reorientación del
papel de la Fuerza Armada de garante de la
"defensa externa", por el de "la seguridad interna”. Además, un
férreo control social, la institucionalización de los grupos paramilitares, de
la tortura y la eliminación física del oponente.
La muerte como política de Estado se ha
traducido en ejecuciones extrajudiciales de manera sistemática e impune. En
nombre de una falaz revolución han sido asesinados cientos de
venezolanos en las Operaciones de Liberación del Pueblo (OLP), en las
masacres de Barrio Kennedy (11/2005), Tumeremo (03/2016), Paragua
(10/2006), Cariaco (11/2016), Barlovento11/2016) el Junquito (02/2018) y más
recientemente en la mina de Cicapra en el Municipio Roscio del Estado Bolívar (02/2018).
En esta última fueron asesinados 18 personas a manos de efectivos del ejército
y cuyos cuerpos presentaron signos de torturas. Llama la atención que 11 de los
18 asesinados tenían disparos en la cabeza y la dama ajusticiada tenía disparos
en ambos senos. Algo muy similar a lo sucedido en la masacre del Junquito donde
los integrantes del grupo de Oscar Pérez todos tenían disparos en la cabeza.
Definitivamente estamos ante la presencia de macabros ajusticiamientos
extrajudiciales, al margen de las declaraciones Goebbelianas de los voceros del
régimen quienes hablan de enfrentamientos y resistencia armada. Otro de
los rasgos siniestros de la barbarie bolivariana han sido las desapariciones
forzadas de luchadores sociales y el secuestro de personas inocentes solo por
tener algún vínculo consanguíneo (madres, esposas, hermanos, hijos) con las
víctimas de la persecución policial, a fin de presionar la entrega del sujeto
sometido al acoso policial.
Todas estas violaciones a los derechos
humanos ocurren no obstante de que el Artículo 43 de nuestra Carta Magna
establece que el “derecho a la vida es inviolable” y el Artículo 46 reza:
“Ninguna persona puede ser sometida a penas, torturas o tratos crueles,
inhumanos o degradantes. Además, el Articulo 17 de la Ley Especial Contra
la Tortura y Otros Tratos Crueles Inhumanos y Degradantes establece: que el
funcionario público que lesione a un ciudadano que se encuentre bajo su
custodia en su integridad física, psíquica o moral, con la intención de intimidar,
castigar u obtener información o una confesión, será sancionado con la pena de
15 a 25 años de prisión.
El neofascismo bolivariano ha
institucionalizado la muerte como política de Estado con la complicidad
nauseabunda del fiscal fraudulento impuesto por la Asamblea Nacional Constituyente,
así como también del defensor del pueblo, y la nomenclatura facho-bolivariana.
Farsantes asesinos.
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