Tras la aplastante derrota electoral del pasado 28 de julio, Nicolás Maduro se ha atrincherado en Miraflores como un náufrago aferrado a su último salvavidas: la represión. Escudado tras su criminal maquinaria autoritaria y su aparato propagandístico de corte goebbeliano, intenta que los venezolanos "pasemos la página del 28/7", que desconozcamos esa verdad. En su falaz narrativa postelectoral, celebra un supuesto triunfo y repite sus engañosas promesas de reactivar la economía, abaratar el costo de la vida, reducir la corrupción y controlar la hiperinflación que ha pulverizado el poder adquisitivo del pueblo. Todos sabemos que Maduro miente; para él, mentir es casi un reflejo natural, como ladran los perros o cantan los gallos. Su única verdad es su obsesión por perpetuarse en el poder.
Pero ¿significa esto que el madurismo continuará destruyendo al país en los próximos seis años? Para entender el destino de este régimen agónico, es importante analizar los posibles escenarios que podrían presentarse en los próximos meses. Un primer escenario sería el reconocimiento de su fracaso electoral del 28 de julio. Sin embargo, dada la impronta antidemocrática del proyecto madurista y los milicos que lo apoyan, esto parece muy poco probable, o tal vez imposible. Por ello, el régimen se aferra al desconocimiento de los resultados electorales del 28 de julio y ha respondido con terror y represión, encarcelando a más de 2,000 ciudadanos, incluyendo mujeres y menores de edad, y asesinando a 24 venezolanos. Para el madurismo, las elecciones no son más que una coreografía cuidadosamente ensayada cada seis años, diseñada para darse un baño de “legitimidad democrática” que le permita mantenerse en el poder.
El segundo escenario sería una implosión interna, en el que sectores claves del poder, como los militares, decidan respetar la voluntad popular expresada el 28/7, la constitución y restablecer el orden democrático. Lamentablemente, Maduro ha sabido comprar lealtades en el mundo militar mediante privilegios y prebendas. La corrupción ha penetrado la institución armada como una metástasis maligna, extendiéndose insidiosamente a lo largo de sus estructuras y socavando su integridad desde dentro. Tristemente, la Fuerza Armada Nacional, se ha transformado en una guardia pretoriana que responde a los intereses del inquilino de Miraflores. Esa soldadesca, lejos de proteger con las armas de la Republica a su pueblo, se ha transformado en un instrumento de represión, torturas y muerte. Sin embargo, no puede descartarse que ciertos sectores dentro de la FAN puedan, en algún momento, romper con esta cadena de complicidad. El descontento en la oficialidad media, ajena a los privilegios del generalato, podría convertirse en el catalizador de un cambio desde dentro, si deciden hacer respetar la voluntad popular expresada el 28 de julio.
El tercer escenario, aunque no es el más deseado, surge como el más probable: Maduro sobrevive políticamente a pesar de los múltiples desafíos internos y externos, y es investido como presidente el próximo 10 de enero. Ello, a pesar de que el régimen carece del apoyo popular, se encentra aislado internacionalmente y muestra signos de fisuras internas, aún cuenta con los mecanismos represivos y el control de las instituciones que le permitirán mantenerse en el poder. Esta investidura representaría la instauración de un régimen de facto que se sustentaría en la coacción y la represión.
No obstante, la falta de apoyo popular, la carencia de legitimidad de origen, una economía devastada y un despiadado terrorismo de Estado, junto con factores externos -desconocimiento de su fraudulenta victoria y aislamiento internacional- harán que la gobernabilidad de Maduro sea insostenible. Podrán intensificar la represión, pero ello no resolverá la crisis subyacente que corroe al proyecto dominante. Maduro está atrapado en una espiral descendente; si bien su desmoronamiento será lento, las fuerzas que lo erosionan continuarán avanzando de manera inexorable hasta un colapso total.
Determinar cuánto tiempo más se prolongará la agonía de este régimen dentro de este tercer escenario es un enigma. No existen certezas absolutas, y cualquier predicción podría resultar fallida, ya que la dinámica política en Venezuela está sujeta a múltiples factores impredecibles que podrían acelerar o prolongar el colapso del madurismo. Centrar las expectativas de cambio en torno al 10 de enero, como algunos sectores de la oposición están generando, es un craso error. Es reeditar las viejas tácticas cortoplacistas y del todo o nada que solo han generado desilusiones, frustración y desmoralización. Si bien existen escenarios probables de un cambio política para esa fecha, no hay garantías de que suceda exactamente para esa fecha.
Es fundamental resaltar que, si la salida de Maduro no se materializa el 10/1, esto no debe interpretarse como el fin de la lucha por la democracia ni como la consolidación definitiva del proyecto hegemónico del madurismo. Será otro capítulo en la prolongada batalla por la restauración democrática, que exigirá una redefinición de la estrategia opositora. Esta estrategia debe centrarse en la creación de un amplio frente democrático que supere a los sectores que apoyaron a Edmundo González, que trascienda las diferencias ideológicas o partidistas y enfocándose en dos objetivos comunes: el respeto a la Constitución y a los resultados electorales del 28/7. Solo mediante una lucha inclusiva y diversa, alejada de los hiperliderazgos, se podrán canalizar y movilizar las fuerzas sociales y políticas necesarias para ejercer presión interna y derrotar al régimen de facto que encarnaría Maduro.
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