Pepe vivió como pensó y gobernó como vivió: con austeridad, con principios firmes, con el corazón puesto en los más humildes. Su palabra, siempre cargada de sabiduría popular y de una ética profunda, trascendió fronteras e inspiró a millones en América Latina y en el mundo.
Fue un símbolo viviente de la resistencia, de la reconciliación, y de la esperanza. Incluso habiendo conocido la prisión y el dolor, eligió sembrar paz y comprensión. Su vida es testimonio de que la política puede ser una herramienta de amor, y no de poder.
Hoy, el mundo pierde a un referente moral, pero su legado seguirá latiendo en cada acto de honestidad, en cada lucha por la equidad, en cada gesto de humanidad.
Gracias, Pepe, por tu ejemplo.

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