Tuesday, October 28, 2025

La defensa de “la patria” como arma de control social y político

A lo largo de la historia, los regímenes autoritarios han recurrido a la misma estrategia para legitimar su poder: invocar la defensa de la patria frente a supuestas amenazas (externas – internas) y manipular sin escrúpulos el sentimiento patriótico de la población. Es un recurso tan antiguo como eficaz. Bajo la bandera de la soberanía nacional se ocultan el miedo a perder privilegios, el rechazo al escrutinio democrático y la coartada perfecta para justificar la represión interna. En boca de los autoritarios, “defender la patria” no es más que un grito hueco, un instrumento de manipulación diseñado para adormecer conciencias, justificar abusos y silenciar a quienes se atreven a disentir de la política oficial.

Desde la llegada al poder del chaveco-madurismo, la “patria” dejó de ser un ideal común para convertirse en un disfraz de utilería al servicio del proyecto bolivariano dominante. Con una retórica patriotera repetida hasta el cansancio, el régimen pretende blindarse de toda crítica y tapar la ruina política, social y económica en la que ha sumido al país. La patria, en sus labios, no pasa de ser un eslogan de feria, una muletilla de propaganda con la que los chafarotes del poder desangran al país día tras día. Son los farsantes que gritan “¡Hay que defender la patria!” mientras la saquean, la subastan al mejor postor y la hunden en una pobreza estructural extrema.

En estos 25 años de “desgobierno bolivariano”, fabricar enemigos ha sido el recurso más efectivo del régimen para encubrir su desastre administrativo y perpetuar su narrativa épica. Cada crisis, cada fracaso y cada escándalo de corrupción encuentran un culpable externo: el imperio, la oligarquía, los traidores de turno. Así, mientras el país se hunde en la pobreza y la desinstitucionalización, ellos se presentan como héroes de opereta: autoproclamados defensores de la patria, sitiados por conspiraciones que solo existen en su imaginación, y en las interminables cadenas televisadas donde fabrican su propio mito.

Esta farsa patriotera, hecha de símbolos vacíos y discursos de utilería, ha sido la coartada perfecta del régimen para aplastar al ciudadano que se atreve a protestar, silenciar al periodista incómodo, aterrorizar al estudiante rebelde, encarcelar al obrero que exige sus derechos y, con brutal impunidad, asesinar al dirigente social que no se doblega ante su política hambreadora. La lógica es simple: quien no aplaude al régimen, conspira; quien disiente, atenta contra la patria; quien exige derechos, es acusado de traición. Con esta ecuación burda, los usurpadores han convertido al Estado en un tribunal inquisidor en el que el ciudadano siempre resulta culpable por el simple hecho de pensar distinto. Entre himnos gritados a destiempo, consignas huecas y uniformes prestados, se esconde la verdadera maquinaria del poder: un terrorismo de Estado que criminaliza la crítica y reduce la vida pública a un espectáculo grotesco. El famoso llamado a “defender la patria” no es otra cosa que un chantaje emocional, una mentira envuelta en banderas y fanfarrias, diseñada para anestesiar conciencias y legitimar la represión.

En Venezuela, la patria dejó de ser un espacio de ciudadanía para convertirse en un inmenso cuartel. El pestilente uniforme militar, se ha convertido en un disfraz de legitimidad política, de impunidad ante la violación de los derechos humanos. Los cuarteles y guarniciones militares, lejos de defender la soberanía nacional, se han transformado en escenarios de propaganda donde la patria no se debate ni se construye: se grita, se ordena y se obedece. 

El chaveco-madurismo ha degradado la defensa de la patria a una caricatura. No la defienden: la explotan, la exprimen y la usan como un trapo para limpiar sus propios desastres. La patria, en sus manos, es apenas un eslogan de feria, un decorado barato que se exhibe en desfiles militares, cadenas interminables y discursos huecos; pero desaparece en la vida diaria de los venezolanos, obligados a sobrevivir con salarios de miseria, hospitales en ruinas, escuelas abandonadas, cortes de luz recurrentes, represión y violencia política. 

Cuando los voceros del autoritarismo gritan “¡Defender la patria!”, en realidad lo que persiguen es proteger sus negocios, sus inversiones y los privilegios logrados gracias a la corrupción y el robo del erario público. La patria no se defiende militarizando a la sociedad, ni sembrando terror con colectivos con pasamontañas y fusiles, ni con generales tapa amarilla pronunciando discursos más aprendidos, y mucho menos pretendiendo borrar la identidad de los ciudadanos. La patria se defiende con escuelas bien dotadas, hospitales dignos, salarios justos, una justicia independiente, el respeto a la voluntad popular y los derechos humanos. Todo lo demás no es patria: es negocio, propaganda y represión envuelta en trapos de bandera. Es la creación de una sociedad basada en el miedo y el terror.


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