Si algo ha caracterizado al proyecto bolivariano es
su esencia bonapartista, la cual disimula tras un parlamentarismo genuflexo y
decorativo, junto a la realización de eventos plebiscitarios cada 6 años. El
Bonapartismo representa proyectos de dominación burguesa (dictaduras o
gobiernos antidemocráticos) de tipo mesiánico-autoritario y cuya
"legitimidad" está fundamentada en ensayos plebiscitarios. Son regímenes
militaristas de carácter represivo, que usurpan la representatividad del pueblo
(Marx, El dieciocho Brumario de Luís Bonaparte, 1869). Si bien el
socialfascismo bolivariano no llegó al poder por la vía del golpe de Estado, el
verdadero eje y sostén de su proyecto descansa en el aparato militar-policial
como ha quedado demostrado durante las recientes protestas populares. Este es
un proyecto que criminaliza y judicializa la protesta social, y pretende imponer
una subordinación total de la sociedad a un Estado omnipotente que promueve un
pensamiento único.
Como proyecto bonapartista, la revolución
bolivariana no se plantea la conformación de un nuevo bloque de poder, sino de
la sustitución de los "viejos actores", por “nuevos
actores”, entiéndase el
gorilato milico y la pandilla de delincuentes ideológicos que los acompañan. Por ello a
pesar de su autoproclamación de "socialista"
su proyecto económico-social se mantiene completamente en el marco de un modo de producción capitalista de
Estado. Le han dado continuidad a las
políticas perversas del pasado estableciendo
alianzas estratégicas con el gran capital monopolista, particularmente con las
transnacionales vinculadas al negocio energético (Chevron, ConocoPhillips,
Shell, Mitsubishi, BP). Han profundizado la apertura petrolera mediante la creación de las leoninas empresas
mixtas con transnacionales como BR, ENI,
Chevron,
BP, Mitsubishi, Rosneft,
Petrobras, Petrochina, Repsol, etc., en la faja bituminosa del Orinoco, siguen hipotecando
al país, incluyendo su subsuelo (préstamo Chino), han devaluado la moneda e impuesto
una precarización laboral, etc. Políticas
antinacionales que nada tienen que ver con revolución o proyecto socialista
alguno, y muy contrariamente a lo que se afirma, obstaculizan el desarrollo de
las fuerzas productivas nacionales no vinculadas a los grandes capitales. En la
práctica significa un retorno a las siniestras alianzas entre el Estado y el
gran capital nacional-extranjero que ha permitido un grosero enriquecimiento de
la burguesía tradicional en el pasado y la boliburguesía en tiempos de
revolución, a expensas de un brutal empobrecimiento de grandes sectores de la
sociedad venezolana.
Son unos verdaderos bastardos que han usurpando el
lenguaje revolucionario, el cual publicitan por conveniencia, pero que en la
praxis desprecian pues reprimen a la clase trabajadora y satanizan a los
movimientos sociales a quienes les han conculcando sus espacios de lucha. Además,
mediante el engaño y las falsas promesas han institucionalizado sistemas
nefastos de contratación (tercerización) o nuevas formas de súper-explotación
(cooperativas y empresas sociales) los cuales privan al trabajador de sus
derechos laborales.
Políticas que
han profundizado la crisis económica y social, lo cual se refleja en una
elevada tasa de inflación (56,8% al cierre del 2013), un desabastecimiento que alcanza
el 28-32% dependiendo de la región del país, un desempleo real cercano al 16%
de la fuerza laboral activa, el cierre de miles de empresas, el deterioro de la
capacidad adquisitiva del venezolano y un proceso de desindustrialización
del país. Aunado a una crisis grave del sistema de salud pública, de una
violencia delincuencial desbordada, de la ideologización de la educación y de un
incremento de la pobreza según reflejan los datos publicados por el Instituto
Nacional de Estadísticas. Cifras alarmantes que indican que 9.174.142 venezolanos (32,1% de la población) viven en la pobreza y
2.791.292 (9,8% de la población) viven en condiciones de pobreza extrema. Todo
ello en un país que posee una de las reservas petrolíferas más importantes del
planeta y que disfruta de una extraordinaria bonanza petrolera.
En resumen, la falacia del Siglo XXI representa un
proyecto represivo, de bota y fusil que lucha por imponer un mayor control político
y social mediante la militarización de la sociedad y la justicia.
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