Históricamente los discursos del odio han
estado ligados a la expansión coyuntural del autoritarismo, del militarismo,
del racismo, y de los diversos fanatismos. El siglo pasado fue testigo de proyectos
siniestros que utilizaron el odio y la intolerancia para llegar o mantenerse en
el poder.
La bastarda revolución del siglo XXI de
falaces presunciones libertarias ha recurrido a la categoría schmitteana (Carl
Schmitt) del “enemigo interno”, a fin de crear un objetivo apropiado para el
odio y la destrucción. Enemigo al cual se le asocia a un poder hostil y por
ende merecedor de las peores descalificaciones por parte del aparataje
propagandístico Goebbeliano del régimen. Estigmatización que abrió las puertas
a la ira, a la venganza, y hasta la muerte como parte de la solución del
conflicto. Recordemos que el insepulto tte coronel llegó a plantear públicamente
la necesidad de transformar en polvo cósmico a sus oponentes.
El gobierno
totalitario recurre a una lógica binaria
(buenos-malos, patriotas-antipatriotas) a fin de afianzar su odio e ira contra
el disidente. El resultado de esta estrategia ha sido una creciente represión,
una judicialización del pensamiento disímil, así como una deshumanización del sujeto
disidente, perversidades muy propias del nazi-fascismo del siglo pasado.
No se trata de un discurso exclusivo de las cúpulas
del bandidaje bolivariano, sino que lamentablemente ha permeado a los sectores
populares. Retórica que se ha materializado de la forma más funesta en los
grupos paramilitares del régimen, mezcolanza siniestra de intolerancia, desprecio
y criminalidad auspiciados por un Estado forajido. Constituyen verdaderas bandas
de sicarios integradas por lumpenproletarios fanatizados de índole muy similar
a las “camisas negras” de Mussolini, o los Sturmabeteilung (SA) de Hitler, encargados
de maximizar el odio a través del terror y la muerte.
Pero el discurso del odio que emplea la cúpula
cívico militar bolivariana tiene otras funciones además de sembrar el odio.
Busca reagrupar a sus desmoralizados partidarios, así como revitalizar la siniestra
polarización entre la población que en medio de la crisis de desabastecimiento
alimentario y de medicinas, del desempleo, del aumento de la criminalidad
comienza a unirse, a compartir sus penurias al margen de sus preferencias
políticas.
El fachochavismo en su intento por construir una
hegemonía basada en el odio cultiva la violencia y la muerte. Su código
genético totalitario lo impulsa a amedrentar, reprimir y aniquilar al contrario
a fin de afianzar su pestilente proyecto militarista.
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