El
asesinato de 6 estudiantes y la desaparición de otros 43 en la ciudad de Iguala,
Estado de Guerrero, México (9/26), ha generado una gran ola de indignación mundial y se perfila como una
masacre de grandes magnitudes aunque nadie quiere confirmar, todavía, que los
estudiantes desaparecidos hayan sido asesinados a pesar de los esfuerzos de la Procuraduría, la policía Federal y el Ejército por localizarlos.
Estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos del pueblo de
Ayotzinapa viajaron a la ciudad de Iguala para participar en un acto previo a la
conmemoración de los 46 años de la masacre de Tlatelolco. Comandos armados y policías municipales reprimieron brutalmente a los manifestantes
con un saldo de 6 estudiantes asesinados, 11 heridos (dos en condiciones muy
graves) y 43 detenciones. Pero los detenidos nunca llegaron a las instalaciones policiales.
Las averiguaciones realizadas por las autoridades han evidenciado la
existencia de un narco Estado mexicano que opera en forma paralela al Estado
México. Fueron miembros de la policía municipal de la localidad de Iguala quienes
secuestraron a los estudiantes y posteriormente estos fueron entregados a
sicarios miembros del cártel Guerreros Unidos. Este cartel surgió producto del debilitamiento del cártel de los hermanos
Beltrán Leyva (2010).
Pero además, se ha podido determinar que el presidente municipal de Iguala José Luis Abarca, y el secretario
de Salud del Gobierno de Guerrero, Lázaro Mazón Alonso, ambos militantes del Partido de la Revolución Democrática
(PRD) mantenían vinculaciones con el cartel de los Guerreros Unidos, y que el
gobernador de la entidad (Estado de Guerrero), igualmente militante del PRD,
tiene aparentes conexiones con ese cártel. Además, que un contingente del
ejército apostado en la localidad asumió una conducta por demás sospechosa al
negarse a prestar auxilio en forma inmediata cuando les fue solicitado. Hoy se
sabe gracias a las confesiones de algunos de los sicarios detenidos, que los
estudiantes fueron asesinados y sus cuerpos fueron incinerados
antes de ser enterrados.
Estos hechos demuestran el grado de descomposición en las estructuras del
Estado mexicano y como la narco política controla el funcionamiento de las
instituciones en ese país.
La narcoviolencia en México no es un fenómeno nuevo, lamentablemente se
ha transformado en algo cotidiano y ya no causa alarma. La aparición de fosas
clandestinas, el desmembramiento de cuerpos, las ejecuciones en masa, las decapitaciones pasaron a formar parte de un
vocabulario que instauró el horror como normalidad. Las mayores atrocidades se han convertido en
cosas de cada día. Hoy día México es el mayor narcoestado del mundo, cuya
población vive ahogada entre los narcotraficantes, una corrupción galopante, una
crisis económica y un Estado cómplice de los carteles de la droga. El país ha
sido territorializado por los carteles para poder actuar con mayor impunidad.
Se han establecido en áreas que el Estado ha abandonado o donde actúa en
complicidad con los carteles, en la cual habitan mayormente los sectores más
marginados de la sociedad. Son territorios "sin ley", sin la presencia
integral del Estado, sujetos a la brutalidad y al horror impuestos por los
sicarios de las bandas de narcos, sojuzgando a la población.
El fantasma de la
colombianización recorre a México. Detrás de ese espectro se oculta un hecho
básico: la existencia de relaciones de colaboración -en distintos niveles, con
distintos propósitos- entre organizaciones
criminales, en particular dedicadas al narcotráfico, la clase política y
el Estado Mexicano. Algo similar a lo que ocurre con el narcorégimen de nuestro
país en donde ha surgido un cartel conformado por algunos miembros de la Fuerza
Armada Nacional (FAN), agentes de los cuerpos policiales y dirigentes políticos
de la nomenclatura bolivariana. Se refieren a él como el Cartel de los Soles,
haciendo referencia a la insignia que porta el generalato de la FAN. Otros han
optado por llamarlo el Cartel Bolivariano. Esta red “oficial” de tráfico de
drogas opera en el Eje Arauca, Bolívar y Delta Amacuro, y ha desplazado a
mentados carteles como los de La Guajira y la Costa. Las intimidades del
nacorégimen venezolano han sido denunciadas por Mildred Camero, ex
juez y ex presidenta de la Comisión Nacional Contra el Uso Ilícito de las
Drogas (CONACUID, ahora ONA)
Mientras la incertidumbre crece en torno al paradero y al estado de
salud de los estudiantes secuestrados, un huracán de rabia recorre la geografía
de México. Mareas humanas formadas principalmente por jóvenes estudiantes han
caminado las calles de decenas de ciudades del país exigiendo el retorno de los
secuestrados, la depuración de los cuerpos policiales, sanciones judiciales
para los implicados y la implementación de una política integral por parte del
Estado mexicano para combatir y erradicar la narcoviolencia que ha generado
muerte y dolor. Las experiencias del pasado hacen pensar con poco optimismo que
dichas exigencias puedan ser satisfechas por parte de un Estado que ha 46 años
de la masacre de Tlatelolco no ha sido capaz de identificar y llevar a la
justicia a los responsables intelectuales y materiales de dicha matanza, uno de los
episodios mas obscuros y dolorosos de la historia de la política Mexicana del
siglo XX.
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