El pasado 5
de abril fuimos sorprendidos por la inesperada muerte de Paúl del Río,
Comandante Máximo Canales, un revolucionario integral, defensor sin ambages de
sus convicciones políticas.
Conocí a
Paúl del Río (Ramoncito) en un verano del año 1963 en la ciudad de La Habana. Formábamos
parte de un grupo de jóvenes venezolanos militantes de las Fuerzas Armadas de
Liberación Nacional (FALN) quienes habíamos viajado a Cuba para formarnos políticamente
y luego retornar al país a fortalecer la lucha insurgente que se libraba en las
ciudades y zonas rurales de la Patria, donde la acción represiva de los gobiernos
adecos-copeyanos se había tornado criminal
Fue el
comienzo de una larga hermandad que nos llevo a compartir experiencias en las
montañas del Escambray y del Macizo de
Guamuhaya, en Punto
Cero, y muchos otros escenarios de la geografía cubana. En cada uno de ellos
Ramoncito siempre demostró su calidad humana, su generosidad y
entrega personal, su sencillez y naturalidad, su arrojo y valentía, su
paciencia y persistencia. Nos volvimos a reencontrar tiempo después en la Venezuela insurrecta. Eran tiempos difíciles, de confrontación
entre quienes seguíamos suscribiendo
la lucha armada como vía fundamental para la toma del poder y la construcción
del socialismo y aquellos que planteaban que había que retornar a la vía
democrático-electoral. Ramoncito
seguía inquebrantable en su voluntad de lucha y
su disposición de entregar la vida si era necesario a favor de la utopía socialista.
Su espíritu de internacionalista consecuente lo impulso
a formar parte de la insurgencia Sandinista en su lucha contra la dictadura de Anastasio
Somoza. No dudó en tomar las armas de nuevo, por la liberación democrática y social
de un pueblo hermano latinoamericano.
Su
sensibilidad artística lo llevó ha incursionar exitosamente en las artes
plásticas. De formación artística autodidacta, sus trabajos plásticos se
enmarcaron en el neofigurativismo, abordando temas políticos o de la vida
cotidiana. La calidad de sus obras le permitió participar en exposiciones
individuales y colectivas en el país y así como en diferentes países europeos.
Nuestras divergencias en torno al
proyecto político de Hugo Chávez, no llegaron a empeñar nuestra hermandad
revolucionaria. Ramoncito fue un ingenuo honesto y desinteresado defensor del
proceso bolivariano. Aún recuerdo la última conversación sostenida con él, debatimos
en forma intensa, pero respetuosa sobre el carácter no socialista del proyecto
bolivariano, de las leoninas empresas mixtas, de la militarización del país y
de las políticas antiobreras del gobierno, entre muchos otros temas. Fue un
intercambio constructivo de opiniones sin mayores coincidencias. Ya
al final de la conversación me invitó a formar parte de la Fundación Capitán Manuel Ponte
la cual él presidía y concluyó señalándome: al margen de nuestras insalvables diferencias
del presente, recuerda siempre que seguirás siendo mi hermano de lucha.
No estamos despidiendo a un camarada
más, sino a un insurgente irreductible, a un guerrero que al igual que muchos
otros pretendimos tomar infructuosamente el cielo por asalto en los años 60. Fue
un genuino e incansable militante a favor de los desposeídos. Un bizarro
luchador que proclamó invariablemente su fe en el socialismo.
Hoy la madre tierra recibe en su seno
los restos mortales de Ramoncito, un rebelde que sobresalió en la brega por
transformar el mundo en beneficio de los explotados. Un militante ejemplar que
hizo brotar por doquier las hermosas esperanzas libertarias.
Ramoncito, difícilmente lograremos
llenar el vacío, que queda con tu ausencia. Encarnaste las excelsas virtudes
del buen revolucionario.
Hasta luego amigo, camarada y hermano,
comandante victorioso de mil batallas.
Hoy
los picos Turquino de la Cuba caribeña y el Bolívar de la Venezuela continental
lloran tu partida.
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