En medio de la descomposición cada vez mayor del régimen
Ortega-Murillo una parte importante de la “tarifada izquierda” internacional se
aferra a la patética ilusión de que la crisis en Nicaragua es producto de un
complot tramado por el gobierno de la Casa Blanca para desestabilizar a la
revolución Sandinista y que los más de 350 jóvenes asesinados (entre ellos 21
niños) a manos de la policía y los grupos paramilitares son inventos de la
prensa reaccionaria, de los enemigo de la revolución.
Pertenezco a la generación de los que apoyamos y saludamos
con entusiasmo el triunfo de la Revolución Sandinista tras derrotar a la oprobiosa
dictadura de la familia Somoza. Sin embargo, hablar de democracia o de socialismo
en la Nicaragua de hoy es una verdadera quimera. Por el contrario, el
régimen de Murillo-Ortega constituye un proyecto autoritario, populista y
neoliberal que se escuda detrás de una manoseada y prostituida retórica
izquierdista para justificar las violaciones a los derechos humanos, su
política antinacional, así como sus fracasos. Constituyen una verdadera estafa ideológica.
Las protestas protagonizadas por universitarios y
trabajadores contra la reforma del Instituto de la Seguridad Social, que
imponía recortes drásticos en las pensiones y gravámenes adicionales a los
trabajadores fueron respaldas por los campesinos que se oponen a la
construcción del canal inter-oceánico. La alianza entre el campo y la ciudad,
hasta entonces impensable, surgió y la protesta cívica salió a la calle
asentada en marchas pacíficas y tomas de vías en varias ciudades del país. Las
gigantescas marchas opositoras fueron dispersadas a punta de fuego y sangre. El
régimen se amparó en la perversa Ley de Seguridad Soberana -aprobada en el 2015- para
justificar el uso excesivo de la fuerza policial y paramilitar (miembros de la juventud sandinista y delincuentes) para sofocar una
protesta social. Ortega y Murillo quedaron
al desnudo con su accionar criminal bajo la excusa de salvar a la patria ante una
inminente injerencia extranjera.
Recordemos que a partir de su segunda llegada al poder,
Ortega (01/2007) se dedicó a profundizar el ideario del capitalismo neoliberal heredado
del gobierno del expresidente Arnoldo Alemán. En la Nicaragua de hoy, no hay
ninguna revolución en marcha o algo que se le parezca, todo lo contrario, se ha
fortalecido, un régimen económico-social de impronta capitalista neoliberal que
ha permitido el enriquecimiento de grupos minoritarios al amparo del Estado, la
burguesía "rojinegra” y la consolidación del capital transnacional. Los
casos más emblemáticos de esta política antinacional han sido la depredación acelerada de
las reservas forestales por parte de mafias ligadas al capital transnacional, y la Ley 840 o Ley del Canal mediante la cual el régimen de Ortega cedió parte del
territorio nicaragüense a la transnacional HKND (China) para la construcción
del canal interoceánico.
Hoy Ortega y Murillo gobiernan en solitario. De los nueve
comandantes que formaron la Dirección Nacional del FSLN durante el gobierno
revolucionario, cinco de ellos, Humberto Ortega, Víctor Tirado, Henry Ruiz,
Jaime Wheelock y Luis Carrión han tomado distancia de sus políticas, igualmente
se han marginado importantes figuras emblemáticas del Sandinismo como René
Vivas, Torres Jiménez, Mónica Baltodano, Gioconda Belli, Sergio Ramírez, y
Ernesto Cardenal. Ortega parece sentirse muy cómodo gobernando sólo en estrecha
relación con Rosario -la esotérica- Murillo y su degradante "socialismo
compasivo".
El régimen Ortega-Murillo aunque se autocalifica de
izquierda (Nicaragua: cristiana, socialista y solidaria) no deja de ser un gobierno
ultraconservador, corrupto, autoritario, y dictatorial, con huella fascistoide.
La dupla Ortega-Murillo han logrado una total hegemonía política-militar mediante
la supresión de la oposición, la monopolización de los medios masivos de
comunicación, las reformas constitucionales que garantizan la reelección
indefinida, el control absoluto del poder judicial logrado a partir del pacto
Alemán-Ortega (1999) y la creación de fuerzas represivas paramilitares.
Incomprensiblemente, la mal llamada izquierda
latinoamericana defiende la entrega en nombre de la soberanía, la represión en
nombre de la libertad, el autoritarismo en nombre de democracia, y la muerte en
nombre de la vida. Nicaragua y Venezuela son muy buenos ejemplos latinoamericanos
de esa izquierda reaccionaria, represora y neoliberal a quien el Foro de Sao
Paulo le rinde pleitesía.
El régimen Ortega-Murillo
ha provocado el peor baño de sangre de la historia de Nicaragua en los
años de post guerra. Hoy el pueblo nicaragüense grita por las calles ¡Ortega,
Somoza, son la misma cosa!.
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