El extremismo
abstencionista no cesa en urdir nuevos sueños fantasmales. Fingir hacer
política desde el engaño y las falsas promesas nos ha costado dolorosas
derrotas, profundas frustraciones, así como cientos de encarcelados y
asesinados. Sin embargo, el abstencionismo recurrió una vez a su agenda
engañosa al sentenciar con bombos y platillos la caída del régimen el pasado 10E.
Como suele ocurrir la realidad es
más recia y siempre termina imponiendose, el 10E no cayó Maduro, y más allá de una
que otra declaración de empecinados defensores de una intervención militar
extranjera, y la ruptura de relaciones diplomáticas de Paraguay no ocurrió el
apocaplisis chaveco-mudurista. Ahora el extremismo abstencionista, plantea otro atajo
fantasioso para el simbólico 23 de Enero, decretando la caída de Maduro. Esta
vez han elaborado una narrativa cuyo libreto nos habla de una inviable transición política basada en
la designación de un Presidente de la República interino por parte de la Asamblea
Nacional (AN), con el “supuesto respaldo” de la Fuerza Armada Nacional, institución
que a lo largo de todos estos años ha demostrado ser el brazo represor, asesino
y sostenedor del régimen.
El abstencionismo iracundo,
lejos de apuntalar una estrategia de acumulación de fuerzas, que permita
organizar un bloque contrahegemónico frente a la barbarie chaveco-madurista,
insiste en el error del inmediatismo del pasado (recordar “las salidas”).
Designar a Guaidó como encargado de la Presidencia de la República oscila entre
lo trágico y lo ridículo. Trágico pues solo lograría que se convierta en un
nuevo inquilino de las cárceles del
Helicoide o de Ramo Verde o simplemente deba abandonar el país para evitarlo. Ridículo
pues bastaría con preguntarse ¿Qué poder de mando sobre la FAN e instituciones
del Estado puede tener el Presidente de la AN aunque se proclame Presidente de
la República? ¿Con qué órganos públicos cuenta para convocar y poder realizar
una elección popular en el lapso previsto?
Venezuela es un país que se cae a pedazos, con una
economía destrozada y una población sometida a una escasez
extrema, donde aproximadamente el 80% de la ciudadanía
está descontenta con el régimen de Maduro y su logia militar. Mayoría ciudadana
determinante en un escenario electoral, pero que pierde su importancia política
ante un teatro de confrontación violenta como el que auspicia el extremismo abstencionista.
Situación que presume que la Fuerza Armada Nacional solicitará la renuncia a
Maduro y la transferencia del poder a la AN presidida por Guaidó. Un contexto
en el cual el poder de las armas dirá su palabra final y no la voluntad
popular. Diseñar una estrategia maniquea en
base a una confrontación armada es una detestable y muy peligrosa irresponsabilidad
política. El rol protagónico del estamento militar podría terminar agravando la
crisis actual, más que proporcionar una solución. Valdría la pena recordar las
experiencias del Cono Sur del siglo pasado.
Seguramente
el 23 de Enero será un día de una gran protesta nacional donde multitudes avasallantes recorrerán las principales ciudades del país
desafiando a los sicarios uniformados y grupos paramilitares del régimen. Sin
embargo, no será un día de insurrecciones, ni de insurgencia militar, ni de la
marcha sin retorno, ni de la caída del régimen, como lo presagia el extremismo
abstencionista. Quienes desde posturas inmediatitas señalan el 23 de Enero como
el día decisivo para la salida del iletrado del Palacio de Misia Jacinta, en
realidad contribuyen con una nueva derrota de la oposición, y por ende con el
fortalecimiento del régimen de Maduro. Generar expectativas que sólo
están presentes en la imaginación de quienes las auspician sólo conlleva a
fracasos.
El “quiebre” del
regimen el próximo 23 de Enero no es más que una nueva ilusión de una oposición irresponsable y fantasiosa. Mientras la disidencia política siga
estando en manos de una cúpula propiciadora de predicas
suicidas y salidas fantasiosas, se seguirá consolidando el hambreador,
represivo y antinacional proyecto chaveco-madurismo.
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