Tuesday, April 15, 2025

La estafa del socialismo del siglo XXI


El denominado “socialismo del siglo XXI” se presentó como una alternativa tanto al neoliberalismo excluyente como a los autoritarismos tradicionales de izquierda. Prometía justicia social, inclusión y desarrollo económico bajo un modelo de democracia participativa. Sin embargo, en la práctica, esta propuesta ha derivado en regímenes autoritarios que emplean un discurso progresista como fachada para legitimar prácticas de corrupción, represión, desmantelamiento institucional y entrega de la soberanía a potencias extranjeras. Lejos de generar bienestar, ha provocado profundas crisis económicas, el deterioro del tejido social y una sistemática erosión de las libertades fundamentales, revelándose como una auténtica estafa ideológica.

En Venezuela, bajo el disfraz de una supuesta “revolución”, el llamado socialismo del siglo XXI —carente de un verdadero ideario socialista— ha desmantelado progresivamente el Estado democrático liberal a través de una cadena de reformas y contrarreformas, muchas de ellas contrarias al orden constitucional vigente. Estas modificaciones han concentrado desproporcionadamente el poder en el Ejecutivo, reducido drásticamente la autonomía del Legislativo y socavado la independencia del Poder Judicial. Lejos de ser simples ajustes institucionales, tales transformaciones han alterado el equilibrio entre los poderes públicos, configurando un sistema de gobierno hipercentralizado y desprovisto de los contrapesos propios de todo Estado de derecho.

A diferencia de las autocracias tradicionales, el socialismo del siglo XXI —bajo un disfraz progresista— recurre frecuentemente a procesos electorales no competitivos. Mediante el férreo control del Consejo Nacional Electoral, la inhabilitación sistemática de líderes opositores, la cooptación o intervención de partidos políticos, la censura a medios de comunicación y el uso abusivo de recursos estatales, ha logrado mantener su hegemonía, incluso tras perder el respaldo mayoritario de la población. No obstante, cuando estos mecanismos han resultado insuficientes, el régimen no ha dudado en recurrir al fraude y al desconocimiento de la voluntad popular —como ocurrió el pasado 28 de julio de 2024— para asegurar la continuidad de su proyecto autoritario.

El artificio ideológico del socialismo del siglo XXI ha incorporado prácticas propias del terrorismo de Estado como parte de una estrategia sistemática de control social. Esto se ha traducido en la militarización del país, detenciones arbitrarias, desapariciones forzadas, violaciones al debido proceso y torturas que, en muchos casos, han provocado la muerte de los detenidos. La represión se ha ejercido de forma indiscriminada, afectando a ciudadanos comunes, periodistas, sindicalistas, activistas políticos, estudiantes, defensores de derechos humanos, menores de edad e incluso familiares de los perseguidos. Se replican así patrones característicos del nazismo alemán, como la Sippenhaft, que sancionaba a los allegados de quienes eran considerados “enemigos del Estado”. Además, el régimen ha institucionalizado la criminalización de la protesta, distorsionando su carácter legítimo para presentarla como una amenaza al orden público y a la estabilidad nacional. En este contexto, el Poder Judicial ha dejado de ser un órgano independiente para convertirse en un instrumento funcional del aparato represivo.

La impostura llamada socialismo del siglo XXI ha apelado a un nacionalismo artificioso y patriotero como herramienta de manipulación y control social. Ha construido una narrativa maniquea que divide a la ciudadanía entre “verdaderos patriotas” y “traidores a la patria”, fomentando una polarización profunda que fractura el tejido social. A través de este falso nacionalismo, ha buscado encubrir la entrega de nuestras riquezas al capital transnacional, legitimar la estigmatización de disidentes, justificar operativos represivos y encarcelar a miles de venezolanos. El discurso nacionalista ha sido instrumentalizado como una retórica siniestra, útil para deslegitimar la crítica y consolidar la concentración del poder en manos de una élite cívico-militar-policial.

El proyecto hegemónico camuflado como socialismo del siglo XXI representa una de las mayores estafas ideológicas de la era contemporánea. Aunque se presenta como un modelo socialista, en la práctica opera bajo un esquema de capitalismo de Estado autoritario, explotador y antiobrero, caracterizado por la concentración del poder, el clientelismo y la apropiación de recursos públicos por parte de una casta gobernante. Su retórica antiimperialista y anticapitalista no es más que un artificio propagandístico destinado a encubrir la verdadera naturaleza del régimen. Lejos de ofrecer una alternativa viable al orden global, este modelo ha demostrado ser una trampa que debilita las economías, restringe los espacios democráticos y consolida dictaduras bajo la apariencia de un discurso progresista.

Los espacios democráticos son como el aire: solo se aprecian cuando se pierden.

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