La violencia
política de la cual hoy somos victimas no es un hecho accidental. Esta se ha
venido incubando en el seno de la sociedad desde los gobiernos anteriores,
basta recordar el asesinato de dirigentes políticos como el caso Lovera, o
masacres como la del Amparo, la de Yumare, la de Cantaura, el Caracazo, etc.
Sin embargo, esta violencia política ha sido exacerbada desde la llegada del
socialfascismo bolivariano al poder, gracias a un discurso estigmatizador y
maniqueista con que han alimentado el odio social y el rechazo a la disidencia.
Ello ha dividido perversamente a los venezolanos en blancos y negros, en
patriotas y apátridas, en santos y satánicos, en buenos y malos. Es la cultura
del odio, de la sangre y la muerte, de la idealización de la violencia como
forma de participación política. La visión cuartelaria del régimen que ha
transformado al adversario político en enemigo militar al cual hay que destruir
y aniquilar violentamente.
Los últimos
acontecimientos han demostrado nuevas formas de represión por parte del régimen,
por un lado la oficial a manos de los cuerpos policiales y la Guardia Nacional,
pero por otro lado, la no-oficial a cargo de los paralumpen bolivarianos,
especie de bandas de asesinos a sueldo encargadas de profundizar el control
social que el régimen ejerce hacia los sectores más desposeídos y el sicariato
político. Recordemos que Marx (El 18 de
Brumario de Luis Bonaparte) consideraba al lumpen proletario como grupos de
desclasados pertenecientes a la población más excluida y atrasada cultural y
políticamente víctimas fáciles de proyectos perversos. Es evidente que el fachochavismo
se ha aprovechado de su vulnerabilidad social y de allí ha nutrido a sus grupos
paramilitares. Grupos que operan con
métodos propios de las bandas gánsteriles: palizas, robos y asesinatos a fin de
intimidar y aterrorizar a la población. Constituyen la punta de
lanza de la represión que adelanta la dupla Maduro-Diosdado.
Las
lamentables muertes ocurridas durante las protestas estudiantiles son producto
del terrorismo de Estado que el régimen ha ejecutado a través de los cuerpos
represivos y sus paralumpen bolivarianos. Basta con recordar que muchos
venezolanos han caído asesinados en acciones terroristas ejecutadas por los paramilitares
oficialistas. Sicarios que en algunos casos han sido elevados a la categoría de
“héroes de la robolución” como sucedió con los pistoleros de puente Llaguno por
parte del fallecido tte coronel, o felicitados por una conducta ejemplar como
lo hizo el abyecto de Arreaza.
La
coordinación operativa entre la Guardia Nacional y los paralumpen bolivarianos
no es accidental, se corresponde a los lineamientos estrátegicos de la doctrina
de Seguridad Nacional Bolivariana y del Plan Integral de Defensa Nacional,
ambos orientados a reprimir y aniquilar el decontento popular. La
identificación entre ambos monstruos represivos responde al guión autoritario
elaborada por los bonzos de la logia militar que “desgobierna” al país.
La institucionalización del terrorismo de Estado en
nuestro país, no es más que el establecimiento definitivo de un Estado
fascista. Los líderes del totalitarismo bolivariano mienten, deforman,
calumnian, simulan y reprimen con absoluta ausencia de escrúpulos. Pretenden
imponer mediante el uso de un lenguaje violento y las maquinarias represivas
tanto armadas como jurídicas y carcelarias el proyecto socialfascista
bolivariano.
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