La primera vuelta, del proceso electoral a la
presidencia de Colombia terminó sin un ganador definitivo, evidenció un
electorado por demás fraccionado y una alta abstención. Oscar Iván Zuluaga representante
del Centro Democrático obtuvo 29,25%, Juan Manuel Santos del Partido Unidad
Nacional el 25,69%, Martha Lucia Ramírez del Partido Conservador el 15,23,
Clara López del Polo Democrático-Alternativa PDA y Unión Patriótica el 15.23% y
Enrique Peñalosa de la Alianza Verde el 5,99%. Evidentemente no hubo un ganador
pero si un perdedor, Juan Manuel Santos, quien aspiraba con los votos de la
derecha colombiana lograr la victoria en la primera vuelta.
Los colombianos se aprestan a participar en la
segunda vuelta el próximo 16 de Junio, deberán de escoger entre Santos y
Zuloaga, ambos representantes del bloque de poder empeñados en hacer el país o
más neoliberal o más conservador, pero sin voluntad para construir una
alternativa política en favor de los desposeídos, de los excluidos sociales.
Sin representar mayor sorpresa la candidata Martha Lucia Ramírez del Partido
Conservador decidió apoyar a la candidatura de Oscar Iván Zuluaga. Sin embargo,
algo desconcertante ha sido la decisión de Clara López candidata del Polo
Democrático-Alternativa PDA, del Partido Comunista y de la Unión Patriótica,
así como de Enrique Peñalosa candidato de la Alianza Verde de apoyar a Juan
Manuel Santos para la segunda vuelta electoral.
Resulta inexplicable que Clara López una mujer
de una larga trayectoria de lucha y depositaria de los votos de la coalición de
la izquierda colombiana haya endosado incondicionalmente sus fuerzas
electorales en favor de Santos, un candidato reaccionario y oligárquico, bajo
la peregrina y falaz excusa de que él representa el mal menor en la contienda
presidencial. No se trata de votar por el mal menor, la clásica y demoniaca
economía del voto, sino de construir una nueva mayoría, una referencia política
distinta que confronte a la tradicional derecha militarista colombiana.
Pareciera que Clara López se ha contaminado
con el nauseabundo pragmatismo bolivariano del fallecido vocinglero de
Miraflores, al ignorar que Santos representa la oligarquía tradicional y personifica
el terrorismo de Estado que dio origen al terrible paramilitarismo en Colombia. Que
representa el clientelismo, la politiquería, el oportunismo, y la corrupción
que tanto daño le han hecho a la política colombiana. Que fue Santos quien puso
en vigencia el Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos, instrumento
leonino de intercambio comercial que ha traído consigo la imposición de
reformas laborales, incluyendo una profundización de la precarización laboral,
a fin de incentivar el establecimiento de nuevas empresas norteamericanas en
Colombia. Además, por si ello no fuese suficiente ahí están los “falsos
positivos”, la muerte de Alfonso Cano, la violencia contra los sindicalistas,
el aniquilamiento de 48 líderes de la Marcha Patriótica, 400 montajes
judiciales o cientos de ejecuciones extrajudiciales como pruebas de su “buena
gestión de gobierno”. Mal puede presentarse un sujeto con estos antecedentes
como un hombre de la paz. ¿Cómo entender que la izquierda colombiana haya
decidido apoyar electoralmente a Santos a quien acusaban, en un ayer no muy
lejano, de asesino y represor?. ¿Cómo creer que la reelección de Santos
mantendrá vivas las negociaciones de paz?
Afirmar que Santos es la Paz y Zuloaga la
guerra es una gran mentira. Tal disyuntiva no se corresponde con la verdad. Es un
simple maniqueísmo político de Santos a fin de crear una falsa polarización entre
el electorado colombiano y sumar apoyos a su candidatura. Las contradicciones
entre Santos y Zuloaga no son de la profundidad que aparentan ser. Los dos representan
al neoliberalismo económico y a la doctrina de la guerra dominante, ambos
sirven con igual devoción a los intereses económicos y políticos del Tío Sam, y
ambos representan los intereses de poderosos sectores del capital y la tierra.
Mientras Santos y Zuloaga montan su show
electoral, Colombia se sigue endeudando (93.000 millones de dólares para
finales 2013), el desempleo y la pobreza siguen creciendo, las condiciones
laborales continúan deteriorándose, la descomposición social avanzando, la
crisis de la salud agudizándose y la informalidad y la economía subterránea aumentando.
En medio de tantas falsificaciones ideológicas
el apoyo delirante del fachochavismo a la candidatura de Santos no nos
sorprende en lo más mínimo. Que más se puede esperar de un proyecto
reaccionario y militarista que pretende
imponer un modelo neoliberal a punta de represión y exclusión política. Santos se
convirtió del enemigo número uno de la "revolución del prócer de Sabaneta",
en el depositario de los mejores calificativos por parte de los voceros del régimen
fachochavista.
Ante tal disyuntiva las fuerzas
revolucionarias deberían de luchar por deslegitimar electoralmente a Santos y
Zuloaga representantes de las políticas del despojo y de la violencia, del
militarismo y del neoliberalismo.
La llave de una paz exitosa y efectiva en
Colombia no la tienen ni Santos, ni Zuluaga, sino el propio pueblo colombiano.
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