Los
sectores de la oposición que apostaron a la “salida” como una opción frente al régimen de Maduro, ahora han
planteado la renuncia y/o la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente
(ANC) como pasos fundamentales para la liberación nacional.
A
pesar de que los proponentes de la renuncia y/o ANC caracterizan al régimen de
dictatorial, inexplicablemente le piden a Maduro su renuncia, como si en las
dictaduras civiles o militares la renuncia fuese una opción política viable. Es
obvio que nadie duda de las debilidades del régimen, de la gravedad de la
crisis, de la corrupción gubernamental, basta con leer el testimonio de
Giordani para darse cuenta de la podredumbre del gobierno, pero pensar que el
monárquico Maduro tiene el talante democrático de renunciar ante la solicitud
de un grupo de ciudadanos es una insensatez, una simple fantasía, un engaño. Al
igual como lo fue la estrategia equivocada impulsada por ellos mismos de que
una vanguardia estudiantil protestando en la calle sería suficiente para
derrotar al régimen.
En cuanto a la convocatoria de una ANC, mecanismo
contemplado en la Carta Magna y cuya misión sería redactar una nueva Constitución, hay
que entender que los problemas que afectan a los venezolanos no se originan, ni
se derivan de las deficiencias de la Constitución vigente, sino que son el
resultado de un modelo económico fracasado (estadolatria capitalista), una
manera de gobernar (autoritarismo militarista) y de la pérdida de la
institucionalidad (confiscación de los poderes) impuestos por la casta
cívico-militar que desgobierna al país desde 1998. La superación de estos males
no radica en la reformulación jurídica de la Carta Magna, cosa a lograrse con
una ANC, sino en una laboriosa acumulación de fuerzas sociales que permita
destronar al fachochavismo monárquico de la Asamblea Nacional (2015) y
posteriormente lograr una victoria en las presidenciales del 2019. Triunfos electorales
que permitirían la reinstitucionalización del Estado (separación real de los poderes), la atención
inmediata de los más graves problemas existentes (inseguridad ciudadana,
desabastecimiento, inflación, desempleo), cese de la militarización y represión
institucional, y la suspensión definitiva del terrorismo
de Estado.
La disidencia política, tanto la vinculada a
la MUD como aquella que no lo está, continúa sin proponer
alternativas “terrenales” que permitan capitalizar el descontento popular. La
MUD sigue empecinada
en ver al régimen como quisiera que fuese y no como realmente es y apuesta a la implosión fortuita del chavismo. Los sectores distanciados
de la MUD continúan jugando -a un alto costo- a “salidas inmediatistas”
como la renuncia y/o la ANC, opciones que paradójicamente representan
callejones sin salida.
Hay que preservar
el capital político acumulado por la oposición al margen de las falsas
urgencias coyunturales que plantean algunos, así como de las épicas personalistas de otros.
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