Años antes de que ocurriera el Holocausto de
los judíos, Adolfo Hitler se encargó de preparar el terreno ante la opinión
pública, a través de los medios de comunicación, la educación y los actos de
masas. Hitler y sus colaboradores llamaban a los judíos “parásitos”,
“bacterias” y “peste”. Gracias a esa retórica basada en el odio, Hitler hizo
matar a más de seis millones de judíos, sin contar a los gitanos, los
comunistas, y los homosexuales.
Uno de los rasgos fundamentales de esta
bastarda y falaz revolución del siglo XXI ha sido su discurso fundamentado en
el odio y la descalificación hacia el contrario. Esta retórica perversa del
odio y del miedo iniciada y promovida por el tte coronel, ha sido continuada
por la dupla siniestra de Maduro-Cabello se ha convertido desgraciadamente en
política de Estado. La total orfandad ideológica de la barbarie socialfascista
ha sido compensada con un lenguaje basado en el resentimiento
social, la intolerancia, la violencia, el avasallamiento, y la
animadversión (vende patrias, parásitos, criminales, terroristas, agentes del
imperio, etc.). Discurso que lamentablemente al igual que la Alemania del
Führer abrió las puertas a la ira, a la venganza, y hasta la muerte como parte
de la solución del conflicto político venezolano.
Esa palabrería funesta ha creado las
condiciones optimas para la criminalización del pensar distinto, el hostigamiento,
las persecuciones, y el asesinato de todo aquel que no comulgue con el proyecto
fachomilitarista. Y lo que ha sido peor aún, estos mensajeros del dolor y la muerte
han deshumanizado a sus víctimas con la idea de afianzar la ira, eliminar la
compasión ciudadana y disipar la culpabilidad de los verdugos; infamias muy
propias del nazi-fascismo del siglo pasado. Discurso que por cierto, recuerda
los que en su momento esgrimieron Augusto Pinochet en Chile, Jorge Rafael
Videla y Emilio Massera en Argentina durante las dictaduras militares del cono
sur.
Lamentablemente este discurso fundado en la
intolerancia, y el desprecio al contrario ha conllevado a un cierto travestismo
orwelliano de las palabras, en relación a la noción de víctima y victimario. Es
el mundo orwelliano-bolivariano donde los términos significan lo contrario: la
paz es la guerra y la guerra es la paz, el abastecimiento es la escasez, la
fortaleza de la moneda es su devaluación, la soberanía alimentaria es la
importación de los mismos y la nacionalización de PDVSA es en realidad su entrega
al capital extranjero. Mediante este discurso han convertido en víctimas a
quienes son en realidad los victimarios. Un buen ejemplo de ello ha sido la creación del
Comité de Víctimas de las Guarimbas y el Golpe Continuado de Venezuela, adefesio
creado por el régimen donde los represores-victimarios, se transformaron en
víctimas y los secuestrados, detenidos, torturados y asesinados por las bandas
armadas del régimen y la Guardia Nacional han terminado siendo los victimarios.
Pero ese discurso de odio y resentimiento
social que destila la nomenclatura bolivariana contra los que no comparten su
proyecto hegemónico busca desesperadamente reagrupar a sus desmoralizados y
frustrados partidarios quienes al igual que el resto de los venezolanos sufren el desabastecimiento alimentario y de
medicinas, la inflación galopante, el aumento de la criminalidad y el caos
social.
Más allá de las disertaciones delirantes de
unos cuantos plumíferos asalariados, y de los editoriales genuflexos de Ramonet
(Le Monde Diplomatique) esta revolución “tapa amarilla” representa un proyecto
patriotero y reaccionario cuyas prácticas son indistinguibles de las del
fascismo. Políticamente simboliza un fundamentalismo-religioso, que promueve la
militarización de la sociedad, así como el odio a quienes disienten. El dúo
Maduro-Cabello en nombre de los pobres pretende imponer una obediencia ciega y cuartelaría,
promoviendo un culto al miedo y a la traición.
No comments:
Post a Comment