Thursday, June 11, 2015

Fósiles vivientes


El agotamiento del bipartidismo y la crisis económica a finales de la década de los noventa desencadenaron ciclos de ascenso de las luchas sociales de resistencia contra las políticas neoliberales implementadas por los gobiernos adeco-copeyanos. Navegando sobre la cresta de la ola del descontento popular e impulsando una falaz campaña electoral la logia milico-civilista se hizo del poder por la vía electoral (1998) tras dos fracasadas y sangrientas intentonas militares. No fueron insurrecciones populares como el oficialismo se ha empeñado en afirmar, distorsionando la historia de los golpes militares del año 1992.

Lejos de cumplir con las promesas electorales, el fallecido tte coronel y su logia socialfascista bolivariana le dieron continuidad al proyecto de dominación neoliberal, pero con un toque populista-corporativo. Contrariamente a la impugnación de las relaciones sociales capital-trabajo, las mismas han sido profundizadas a través de un capitalismo de Estado opresor y militarizado. Iniciadas por el difunto comandante galáctico y continuadas por el monárquico Maduro han impulsado una agenda política-económica de impronta netamente neoliberal, aunque ellos se empeñen en llamarla socialismo bolivariano. Agenda que entre otras cosas ha contemplado: i) congelación de sueldos y salarios e institucionalización de trabajos precarios, ii) endeudamiento externo irresponsable, iii) devaluación de la moneda, iv) destrucción del aparato productivo nacional e implementación de una economía de puertos, v) pago de una deuda ilegítimamente contraída, vi) desnacionalización de PDVSA, y vii) entrega de las riquezas energéticas al capital transnacional que han llevado al Estado venezolano a perder el 40% de su soberanía gaso-petrolera. Políticas antinacionales que han recibido el apoyo incondicional del grupete de corruptos y aplaudidores de oficio de la bancada oficialista de la Asamblea Nacional.

Lamentablemente las luchas sociales libradas durante los gobiernos adecos-copeyanos no trascendieron más allá de las protestas callejeras protagonizadas por estudiantes y trabajadores. Fueron incapaces de generar nuevos horizontes emancipatorios que permitieran canalizar exitosamente el descontento y desengaño popular. Desafortunadamente, ese profundo malestar social fue cautivado por el fosilizado y contradictorio discurso ideológico del ya fallecido iletrado de Sabaneta, quien hábilmente lo supo canalizar en beneficio de su proyecto cuartelario. Mediante el uso de un falaz discurso progresista, incluyente y hasta revolucionario logró construir una nueva mayoría y así alcanzar éxitos electorales. Pero además, le permitió imponer una receta profundamente reaccionaria y retrograda en cuanto a la concepción de la riqueza y del consumo, del desarrollo de la cultura, la ciencia, la educación, y la salud, así como en el concepto del poder y de la democracia. Como dijo en una oportunidad el viejo Marx “las masas insurgentes volvieron a retroceder ante la vaga enormidad de sus propios fines”.

Al margen del aparataje propagandístico Goebbeliano que vende al socialfascismo bolivariano como una referencia contrahegemónica mundial, en su esencia representa un proyecto profundamente reaccionario que ha agudizado la desigual repartición de la riqueza y ha empeorado la distribución del poder político, estableciendo las condiciones para su permanencia en el poder. Es un proyecto que se basa en una autocracia primitiva, sumida en un caos conceptual, caracterizada por el abuso de poder, la violación de los derechos humanos, y una corrupción desenfadada. Su fuerza no reside en ninguna innovación estructural progresista de la sociedad, sino en haber logrado transformar a una parte importante de la sociedad venezolana en verdaderos mendigos de las dadivas (misiones) que una logia milico-civilista administra en forma inescrupulosa desde el poder a fin de perpetuarse en el Palacio de Misia Jacinta.

No olvidemos que la enunciación de una o de muchas consignas no son suficientes para determinar el carácter político de un proceso en curso, salvo que abracemos alguna forma de pensamiento mítico-mágico. La puesta en marcha de un proceso de transición hacia el socialismo involucra necesariamente un proceso que impugne al Estado capitalista como modo irracional de organización de la sociedad, lo cual no ha sucedido, ni sucederá mientras estos fósiles vivientes sigan ejerciendo el poder. Además, la historia del siglo pasado registra ya demasiadas barbaridades y atrocidades cometidas en nombre del socialismo.

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