A lo largo de la historia, los regímenes
totalitarios han basado su dominio imponiendo la cultura del terror a través de
una estrategia fundada en el miedo que subyace a la coerción, la violencia, la
tortura y la muerte. Thomas Hobbes (Leviatán, 1651) fue uno de los primeros
pensadores en relacionar el temor con la organización política y la
construcción del Estado.
La utilización de la cultura del terror como
instrumento de sumisión busca intimidar al ser social a fin de ejercer su
control político, económico, y social y por ende hacerlo vulnerable y perfectamente
manipulable. El miedo impuesto invade todas las capas de la sociedad hasta
instalarse en el inconsciente colectivo presto a actuar al servicio de
intereses creados por el régimen de turno. El miedo se convierte en pánico y en
terror; así se instaura en la sociedad la cultura del terror, la cual niega las
garantías y derechos individuales y colectivos, transgrede sistemáticamente los
derechos humanos, poniendo de relieve las ejecuciones extrajudiciales,
desapariciones, tortura, etc. y utiliza toda la infraestructura del estado:
leyes, cárceles, jueces, fiscales, fuerzas armadas, policía para imponer el
control social. Ejemplo de la utilización del miedo colectivo como
recurso siniestro para mantenerse en el poder han sido los regímenes
autoritarios de derecha o de izquierda que se han servido de utopías legitimadoras
para sembrar el odio, la miseria, la obediencia y la muerte.
Desde la llegada del proyecto milico-civilista
facho al poder (1998) se ha promovido abiertamente el miedo colectivo como
estrategia de control social de la población. Desde el mismo momento en que se
institucionaliza la violencia, se militariza la sociedad, y se practica la
desobediencia a la Constitución Nacional se esta promoviendo la cultura del
terror. Así mismo la promoción del paramilitarismo bolivariano, entiéndase
colectivos armados, que actúan impunemente como fuerzas de choque en contra de
la disidencia política muestran la voluntad y el deseo del régimen
milico-civilista de imponer la cultura del terror para desmovilizar la sociedad
mediante el miedo colectivo.
La cultura del terror se propaga al definir al
disidente como enemigo interno al cual califican de apátrida que merece ser
reprimido, encarcelado, o convertido en polvo cósmico como lo sugería el ya
fallecido farsante eterno de Sabaneta. Enemigo interno que es el “responsable
de todos los problemas” que afectan al ciudadano común, desde la escasez de
alimentos y medicinas hasta los niveles de criminalidad que afectan al país. Se
utilizan los medios de comunicación del Estado para inculcar odio, manipular la
verdad, difundir infamias, hasta inventar fantasiosos magnicidios. No olvidemos
que la mitificación y demonización de los enemigos externos-internos- ha sido
siempre y sigue siendo una de las más claras señales de identidad del
nazi-fascismo. A esto habría que añadirle la profunda restructuración de
la Fuerza Armada Nacional, la cual la ha convertido en un aparato armado
encargado del tutelaje represivo de la sociedad.
Se promueve la cultura del terror cuando el
régimen a fin de justificar sus fracasos anuncia irresponsablemente estados de
guerra mediante la fabulación de conflictos contra enemigos externos (Estados
Unidos, Colombia), o internos -guerra económica- supuestamente causada por las fuerzas
contrarrevolucionarias que sabotean la “producción nacional”. Aplican
magistralmente el principio Goebbeliano de la transposición de responsabilidad:
Cargar sobre el adversario los propios errores o defectos. La mitificación y
demonización de los enemigos externos-internos- ha sido siempre y sigue siendo
una de las más claras señas de identidad del nazi-fascismo.
Cultura del terror que se traduce en el miedo
a perder el empleo producto de la persecución política que se ha implantado en
el seno de todas las empresas del Estado, violentando el principio
constitucional del derecho al trabajo. Miedo de ser victima de una delación por
parte de un patriota cooperante (sapos del sigo XXI) o de una razia milico-policial
como les acaba de suceder recientemente a los habitantes de la Cota 905 en la
ciudad de Caracas.
Estamos ante la presencia de un proyecto
socialfascista que aspira mediante la cultura del terror imponer un brutal
control militar de la sociedad venezolana. Terror que se ejerce bajo el
pretexto “de la estabilidad política y la soberanía nacional”, cuando en
realidad persigue destruir la voluntad de lucha del pueblo. Miedo que se
siembra con la pretensión de generar en la población la idea de la
invencibilidad del poder milico-civilista bolivariano, así como que cualquier
forma de disidencia conduce inexorablemente a la cárcel o a la muerte.
Los venezolanos padecemos las consecuencias de
un proyecto perverso que destruye hombres, arruina principios y manipula
ideologías.
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