La aplicación del Estado de Seguridad Nacional
bolivariano se ha traducido en la sistemática violación de la Constitución
Nacional al margen de un falaz discurso de respeto de los derechos humanos por
parte del régimen. Violaciones que se han reflejado en la criminalización de la
protesta pública, en detenciones arbitrarias, así como la institucionalización
de la tortura y las ejecuciones extrajudiciales. El régimen y sus esbirros
fachos pretenden imponer un estado psicológico de indefensión y terror en el
ciudadano ante un Estado omnipotente y represor.
Ante el fracaso de la militarización de la seguridad
ciudadana, y de los planes para frenar la delincuencia, el régimen ha apelado a
la política de las razzias policiales al mejor estilo de las dictaduras
militares del Cono Sur del siglo pasado. Recientemente el Ministro del Interior
justicia y Paz, General Gustavo González López, mejor conocido por su “modelo
de expresión matemático aritmético”, anunció la puesta en marcha de la
operación “Liberación del Pueblo” en varias ciudades del país. La intervención
milico-policial en la zona de la Cota 905 finalizó con más de 15 presuntos
antisociales muertos, curiosamente, sin ningún presunto antisocial herido.
Sin embargo, muy al contrario de lo afirmado por el
chafarote Ministro de Interior, residentes de la Cota 905 han denunciado abusos
por parte de las fuerzas milico-policiales, han negado cualquier vinculación
con el paramilitarismo colombiano, así como el ajusticiamiento de algunos de
los detenidos. Muchos de ellos aparecieron fallecidos, curiosamente con
disparos en la cabeza, lo que presume que fueron ejecutados por los
funcionarios policiales. Ejecuciones extrajudiciales que no deben de sorprendernos
ya que la letalidad en el accionar policial durante el régimen bolivariano, no
ha sido la excepción sino la regla. Ejemplo de ello han sido las redadas
policiales y militares de exterminio realizadas en San Vicente, Maracay
(13/05/15), en La Vega, Caracas (27/01/15), en Quinta Crespo, Caracas
(7/10/14), en el Carmen, San Juan de Los Morros (14/12/14), Hato la Paragua
(15/01/12), en el Cementerio, (4/9/10), por señalar solo algunas. Sin olvidar
declaraciones de personeros del régimen como la del General Antonio Benavides
quien afirmó “al final un delincuente se expone a ir a la cárcel o a estar bajo
tierra, porque ese es el destino final de un delincuente".
Obviamente, no se trata de ser complaciente o
alcahuete ante una delincuencia desenfrenada, pero igualmente es inaceptable
darle carta blanca a instituciones carcomidas por la corrupción y penetradas
por el malandraje como las policías y la Guardia Nacional para que apliquen la
pena de muerte discrecionalmente. Se pretende otorgarle una patente de corso a
los cuerpos de seguridad del Estado y a la Fuerza Armada para que prosigan con
las ejecuciones de presuntos delincuentes.
El problema de la delincuencia en nuestro país no es
de fácil solución, sin embargo, la misma no pasa por la institucionalización de
los ajusticiamientos extrajudiciales. El régimen ha fracasado en el combate
contra la delincuencia. La creación de las cacareadas “zonas de paz”, especies
de paraísos delincuenciales y los pactos de no-agresión con los Pranes de los
centros de reclusión han contribuido a profundizar el problema de la
delincuencia, en lugar de proporcionar soluciones efectivas.
La política de lucha contra la delincuencia requiere
darle más importancia a la prevención del delito que a su represión. Es
fundamental disminuir los niveles de pobreza y exclusión social, fomentar la
educación y el empleo digno, pero al mismo tiempo es necesario garantizarle al
delincuente el debido proceso, eliminar los retardos procesales, atacar la
corrupción en los cuerpos de seguridad y en la administración de justicia,
acabar con la impunidad, así como implementar una política penitenciaria que
logre insertar a los reclusos a la sociedad. De igual manera implica que
nuestras cárceles dejen de ser factorías de muerte o en el mejor de los casos
depósitos inhumanos de hombres y mujeres, y se transformen en verdaderos
centros de rehabilitación de los delincuentes procesados.
En nombre de una supuesta “seguridad pública” el
régimen ha decretado la pena de muerte para los delincuentes, lo cual violenta
el Estado de Derecho del país. Ello, ante el silencio cómplice de la servil la
Fiscal General ocupada en la persecución de disidentes al proceso y del
rastrero Defensor del Puesto (Pueblo) atareado con el maquillaje de su delicado
cutis para lucir bien en la TV.
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