El escándalo de los falsos positivos estremeció la vida política de la República
de Colombia a finales del 2008. Con ese nombre es como se conoce a las
revelaciones que involucraron a miembros del ejército colombiano en el asesinato de civiles inocentes,
haciéndolos pasar como guerrilleros muertos en combate dentro del marco del enfrentamiento
a grupos insurgentes en el hermano país.
Cientos de inocentes labriegos que nada tenían que ver con los
grupos insurgentes fueron asesinados a sangre fría como
parte de la tristemente célebre política de Seguridad Democrática aplicada entre
otros por el hoy general retirado y convicto Mario Montoya. Dicha política no
fue otra más que el asesinar a humildes campesinos residentes en zonas de
conflicto (cerca de 1,000 en el lapso 2002-2008 según datos de la Fiscalía
colombiana), los cuales una vez ajusticiados eran presentados como combatientes
de la guerrilla -muertos en combates- a fin de demostrar lo eficiente y exitoso
de las operaciones de contra-insurgencia llevadas por el ejército colombiano. Entre
muchos otros ajusticiamientos a manos de soldados colombianos se conocen los de
Soacha, Antioquia, Boyacá, Huila y Sucre. Hoy en Colombia hay cerca de 3.000
uniformados detenidos involucrados en la política macabra del “body count”, de
los cuales 815 ya han sido condenados, contándose entre ellos oficiales
superiores (generales), medios suboficiales y soldados. Algo que no deben de
olvidar los milicos bolivarianos.
Pero el régimen de
facto del iletrado Maduro también tiene a sus Montoyas y sus falsos positivos.
Chafarotes practicantes de la política macabra del “body count” y que en nombre
de la seguridad ciudadana -la misma excusa de sus colegas colombianos- han asesinado
a humildes moradores en las barriadas populares de las principales ciudades del
país. La concepción represiva de las viejas razias policiales fue adaptada al
esquema de seguridad interna facho-bolivariano dando surgimiento a los
Operativos de Liberación del Pueblo (OLP). Estos funestos operativos iniciados
por el general Gustavo González (insigne egresado de la Escuela de las Américas)
y continuados por el narco-general Néstor Reverol se han transformados en
operativos de exterminio, en los cuales decenas de personas han sido aniquiladas
a manos de agentes de los cuerpos de seguridad (funcionarios del Cicpc, de la
PNB, y SEBIN) e integrantes de la Guardia Nacional en circunstancias un tanto
extrañas.
Tanto el milico represor del modelo “matemático
aritmético”, así como el narcogeneral responsable de
abusos cometidos contra manifestantes (2013 y 2014), en sus ruedas de prensa, especies de partes de guerra siempre hablan de “enfrentamientos o resistencia a la autoridad
con armas de fuego”. Sin embargo, llama la atención el elevado número de
“delincuentes abatidos” sin que ningún funcionario policial o militar haya
resultado herido o fallecido en el desarrollo de dichas razias. Esto contrasta
con las continuas denuncias de familiares y testigos que aseveran que los
fallecidos fueron detenidos sin que hubiesen hecho resistencia alguna y luego
han aparecido en las morgues con signos de haber sido asesinados por disparos a
corta distancia (quemarropa). Definitivamente, estamos en presencia de ejecuciones extrajudiciales amparadas por un Estado forajido las cuales han
sido institucionalizadas por el régimen espurio y represor de Maduro. Todos
recordamos los ajusticiamientos acaecidos en el Barrio San Vicente, Maracay
(5/08/15) algunos de cuyos autores materiales gozan de total libertad.
Más de 700 venezolanos
han sido asesinados desde el inicio de estos operativos. Cientos de venezolanos
inocentes, incluyendo algunos menores edad constituyen los falsos positivos del
régimen presentados ante la opinión pública como peligrosos azotes de barrios.
Y aunque así lo fueran en Venezuela no existe legislación que contemple la pena
de muerte y muchos menos las ejecuciones extrajudiciales. Han sido asesinatos cometidos
con el fin de presentar resultados con bajas (“body count”) y no detenciones en
la lucha ante los altos índices de violencia. No olvidemos que en el marco de la Doctrina de la Seguridad Nacional
Bolivariana los cuerpos de seguridad disponen de licencia para matar como parte
de su labor patriótica.
El régimen criminaliza a la pobreza e impone el terror en las zonas
populares ante el descontento social. La militarización de la seguridad pública
como eslabón fundamental de la Doctrina de
la Seguridad Nacional Bolivariana busca imponer una visión
cuartelaría e imponer una respuesta autoritaria y no democrática frente a los
conflictos propios de una sociedad en crisis.
El cinismo y el descaro del
hamponato fachochavista no tiene parangón en nuestra historia republicana.
Pregonan el humanismo bolivariano pero sus cuerpos policiales practican
operativos de exterminio -OLP- contra indefensos ciudadanos en las zonas
populares. Son unos verdaderos miserables farsantes y asesinos.
Es evidente que la profunda crisis económica, política y social del país le
ha menguando al régimen y sus acólitos
la capacidad de maniobra. Sin apoyo popular trata de evitar cualquier confrontación electoral (RR,
elecciones regionales) por ello recurre a la represión y a la violencia.
El fachomadurismo representa
una verdadera montonera de delincuentes disfrazados de políticos, y supuestos militantes sociales que
viven de la mentira, del engaño y de la corrupción.
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