La tortura, las
ejecuciones extrajudiciales y las desapariciones forzadas como política de
Estado tiene larga data en nuestro país. Durante la dictadura de Pérez Jiménez
los presos políticos se les torturaba y asesinaba en la Seguridad Nacional. Con
la llegada del bipartidismo Adeco-copeyano la DIGEPOL- DISIP, la PTJ, el SIFA, y
los Teatros de Operaciones (TO) se convirtieron en tenebrosos centros de
torturas y muertes. Fabricio Ojeda, Jorge Rodríguez, José Gregorio Rodríguez, y
Victor Garcia Ucejo fueron algunos de los muchos luchadores sociales asesinados
en nombre de la democracia. Otros como Andrés y José Pasquier, Víctor Soto
Rojas, Donato Carmona, y Felipe Malaver fueron detenidos y desaparecidos para
siempre. Caso emblemático fue el de Alberto Lovera detenido, asesinado y
desaparecido por la DIGEPOL. Su cadáver con signos de tortura fue encontrado tiempo
después por pescadores en la playa Mansa, municipio Diego Bautista Urbaneja,
estado Anzoátegui.
Con la llegada de la
peste militar bolivariana al poder (1998) las fuerzas militares y de seguridad
del Estado han practicado la tortura y tratos crueles, así como ejecuciones
extrajudiciales de manera sistemática e impune. Estas prácticas perversas forman
parte de la política de Seguridad Nacional Bolivariana ejercitada por el
régimen contra la disidencia política, a los que denominan: enemigo interno
(lenguaje del jurista Nazi Carl Schmitt). El humanismo bolivariano lejos de
erradicar las aborrecibles prácticas del pasado las ha profundizado e
institucionalizado. Ello ante el silencio cómplice o impuesto de la mayoría de
los medios de comunicación social.
Centros de reclusión
como el SEBIN, la DIM y el CICPC son antros de perversidad donde se ejercita la
tortura libremente. Además, hay que mencionar los centros clandestinos de
detención (CCD), instalaciones secretas empleadas por el SEBIN y la DIM en
colaboración con las bandas armadas del régimen donde se torturan a los
detenidos. Prácticas como taparle la cabeza al detenido con una bolsa de
plástico para producir asfixia, cubrir el cuerpo del apresado con colchonetas
para luego golpearlo (no quedan marcas visibles), arrancarles partes del
cabello (el helicóptero), aplicación de descargas eléctricas (la parrilla) y
otras atrocidades más suelen practicarse como en las mazmorras de los regímenes
de dictatoriales del Cono Sur del siglo pasado.
Además, el “humanismo
bolivariano” ha introducido nuevas variantes en cuanto a las vejaciones a los
detenidos: se les rapa el pelo y los uniforman como presos comunes. Asimismo, los
someten a todo tipo de torturas psicológicas desde las amenazas de muerte hasta
la llamada tortura blanca consistente en el confinamiento del detenido en
condiciones infrahumanas en zonas aisladas, pintadas de blanco e iluminadas las
24 horas (la "Tumba" del SEBIN). En otras instancias los tratos
crueles y degradantes a los reos constituyen la regla y no la excepción, como ocurre
en la cárcel de Ramo Verde donde a los detenidos políticos se les lanzan excrementos
fecales y orina, y se practican chequeos corporales vejatorios a los familiares
de los presos obligándolos a desnudarse. Pero además hay graves denuncias de
jóvenes salvajemente golpeados y hasta violados por Guardias Nacionales durante
las razias del 2014. Otro rasgo siniestro de la barbarie bolivariana ha sido
las desapariciones forzadas como expresión de un amplio catálogo de prácticas
violatorias de los derechos humanos. Todo ello con la complicidad nauseabunda del
defensor del pueblo, fiscales del ministerio público, jueces, y de la misma
nomenclatura facho-bolivariana.
Todas estas violaciones
a los derechos humanos ocurren no obstante de que el artículo 46 de nuestra Carta
Magna reconoce el derecho humano a no ser objeto de torturas y a tal efecto
indica: “Ninguna persona puede ser sometida a penas, torturas o tratos crueles,
inhumanos o degradantes. Además, el régimen bolivariano aprobó la Ley
Especial Contra la Tortura y Otros Tratos Crueles Inhumanos y Degradantes
(2013), la cual establece en su artículo 17: que el funcionario público
que lesione a un ciudadano que se encuentre bajo su custodia en su integridad
física, psíquica o moral, con la intención de intimidar, castigar u obtener
información o una confesión, será sancionado con la pena de 15 a 25 años de
prisión. Adicionalmente, Venezuela ha ratificado las Convenciones contra
la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes de la ONU y
la Convención Interamericana para Prevenir y Sancionar la Tortura de la
OEA.
Gracias al ejemplar “humanismo
bolivariano” Araminta González torturada en los calabozos del CICPC padece de serios
quebrantos de salud mental, cerca de 850 personas han sido asesinadas en las Operaciones de Liberación
del Pueblo (OLP), entre ellas las masacres de Tumeremo, Barlovento, y Cariaco,
y más de 10 ciudadanos han sido víctimas de desapariciones forzadas incluyendo
el luchador social Alcedo Mora. Todo indica que los chafarotes y esbirros del
régimen seguirán torturando, asesinando y desapareciendo a cuanto venezolano disidente
se oponga a sus designios en nombre de la “robolución” y su “humanismo
bolivariano”.
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