El país padece una lenta agonía. La crisis del modelo “fachochavista del
siglo XXI” es irreversible. La inflación anualizada es del 600% y de acuerdo a
los expertos puede terminar cercana al 700% para fin de año. Los salarios
deprimidos no alcanzan para satisfacer las necesidades básicas. El consumo de
calorías y proteínas ha caído en forma alarmante y los venezolanos se están
muriendo de hambre. La carencia de medicinas alcanza al 85% y los hospitales
cuentan con solo el 3-4 % de los medicamentos que necesitan los pacientes. El
régimen se niega a publicar el boletín epidemiológico (último boletín 12/29/13
- 1/04/14), así como las estadísticas sobre incidencia de mortalidad. La
inseguridad personal es cada día más agobiante y las medidas adoptadas por el régimen
-planes de seguridad- han sido un rotundo fracaso. El aparato productivo
nacional está en ruinas y todo debe ser importado a fin satisfacer el mercado
nacional. En el mercado negro el dólar paralelo se cotiza a 4.265 Bs.
Como respuesta a esta tragedia el régimen dictatorial ha decretado el
estado de excepción y emergencia nacional con la ayuda de un corrupto y servil
Tribunal Supremo de Justicia, que ha defenestrado a la Asamblea Nacional (AN),
desconociendo así la expresión de la voluntad popular. Además, dada su
estructura autoritaria el régimen ha acentuado la represión con el apoyo de la
pestilente bota militar. Se trata de un Estado militar opresivo, orientado a
imponer una obediencia absoluta mediante la propagación del pánico por
todo el tejido social.
El pretorianismo bolivariano ha insertado una cultura política
caracterizada por prácticas de violencia estatal y paraestatal orientadas a la
imposición de un modelo de país autoritario, económicamente regresivo y
socialmente injusto. El Estado militar fachobolivariano se ha empeñado en
disciplinar a la sociedad venezolana y en eliminar todos los
vestigios de disidencia ideológica. Apelando al terror laboral (despido de
trabajadores no afectos al régimen), a la tortura, a las ejecuciones
extrajudiciales y las desapariciones forzadas mediante una salvaje
violencia militar pretenden acallar el descontento popular mediante
una desmedida y feroz represión militar que se aplica ante la complicidad del
defensor del pueblo, e indiferencia de los fiscales del ministerio público. El
objetivo es muy claro: eliminar al activismo social, desmantelar la
organización popular, disciplinar a la sociedad y vaciarla hasta de su propia
memoria. El régimen se quedó sin apoyo popular, pero todavía cuenta con
verdugos uniformados dispuestos a defenderlo a toda costa.
Sin embargo, la consolidación de este despreciable Estado militar ha sido
posible en gran medida gracias a la incapacidad y a los sistemáticos errores de
las distintas "oposiciones” del país. Apelo al término “oposiciones”, pues
todos sabemos la existencia de varias tendencias en el sector disidente que por
razones de espacio las denominaré: MUD, y no-MUD. Todas ellos han demostrado
una gran mediocridad e ineptitud en cuanto a la conducción política, liderazgo
y estrategia planteados. Han sido incapaces de capitalizar políticamente todo
el descontento, la rabia e indignación de los venezolanos ante los desaciertos,
errores y barbaridades cometidas por el fachochavismo en estos 18 años de
“desgobierno” bolivariano. No hay que olvidar que el 85% de la población
rechaza al régimen, pero solo un 38% se identifica con la oposición.
La MUD por su parte ha forjado una agenda política basada en falsas
esperanzas y salidas fantasiosas. Primeramente, ofertó una salida exprés del
iletrado Maduro a través del referéndum revocatorio (RR) y luego publicitó un
diálogo con ribetes de capitulación por parte del régimen. La MUD
erró, en especial el G-4, al concurrir a un dialogo impuesto por Maduro y sus
compinches (UNASUR, Zapatero, Fernández y Torrijos) y sin tener en la mano una
agenda clara de negociación que le permitiera seguir reforzado las
movilizaciones de calle, acentuar la presión legislativa, mientras se dialogaba
en la mesa. Tal presión hubiese forzado al régimen a ceder en algunos de los
aspectos críticos, tales como el cronograma electoral (RR y elecciones de
gobernadores 2016) y la liberación de los presos políticos. Esta
desacertada estrategia solo produjo la desmovilización de la disidencia, así
como frustraciones y desesperanzas.
Por otro lado, algunos sectores no-MUD transitan por el camino del
pensamiento mágico afirmando que el régimen esta caído, y que con calle y más
calle, incluyendo la peregrinación a Miraflores terminará por sacar al ungido
de Miraflores. Otros, no terminan de romper sus nexos sentimentales con el
comandante eterno y pretenden desligarlo del actual desastre de Maduro y su
pranato bolivariano. Los demás sectores no-MUD siguen enfrascados en
estrategias vanguardistas o por lo pequeño que son no tienen mayor peso
político en el variopinto espectro opositor. Existen igualmente personalidades
y micro-organizaciones practicantes de la antipolítica (entre ellos los
comandantes de los 144 carácteres) que, aunque se autocalifican como
opositores, actúan como verdaderos agentes encubiertos del régimen.
Venezuela navega en medio de una crisis terminal sin que exista una salida
política, económica y social a corto o mediano plazo. El régimen busca ganar
tiempo, oxigenarse al precio que sea sin importarle el costo de ello, solo le
anima perpetuarse en el poder, Por otro lado, las “oposiciones” siguen sin
entender las dimensiones reales de la crisis del país: la escasez, la
inflación, el hambre, la violencia, la represión, el desempleo, la muerte por
falta de atención médica.
La realidad es que con el pasar del tiempo el régimen se debilita más y se
agudizan sus luchas internas. Sin embargo, ello no se ha traducido en el
fortalecimiento y consolidación unitaria de la disidencia política.
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