Wednesday, October 11, 2023

El engañoso encanto de la multipolaridad

Tras la Segunda Guerra Mundial, que culminó con la victoria antifascista, el escenario global experimentó un giro decisivo: se impuso un modelo bipolar en el que Estados Unidos y la Unión Soviética se dividieron el mundo en dos grandes esferas de influencia. Sin embargo, la caída del Muro de Berlín, seguida por la desintegración de la Unión Soviética y el colapso de los regímenes autoritarios en Europa Oriental, marcó el fin del sistema bipolar de la Guerra Fría. A partir de entonces, emergió un nuevo orden unipolar, con Estados Unidos consolidado como única superpotencia en las relaciones internacionales.

No obstante, el progresivo declive de la supremacía estadounidense y el ascenso de potencias emergentes o re-emergentes -como China, Rusia, India e Irán- han propiciado la configuración de nuevos polos que disputan la hegemonía global. Este escenario ha dado lugar a lo que podría denominarse una multipolaridad engañosa o complementaria. Una multipolaridad que no supone el surgimiento de proyectos alternativos de desarrollo en favor de los pueblos históricamente oprimidos, sino que responde, en esencia, a una pugna inter-imperialista por el control de territorios, mercados y recursos estratégicos.

Basta observar con atención a estas potencias emergentes: todas reproducen —o han restaurado— modelos de acumulación capitalista, marcados por la explotación y la lógica extractivista. De consolidarse esta tan proclamada multipolaridad, estaríamos frente a la instauración de un nuevo orden mundial pluripolar-imperial, revestido de discurso progresista, pero funcional a la reorganización capitalista del poder global. ¿Cómo podría la suma de economías capitalistas globales desembocar en un proyecto antiimperialista real?

El surgimiento de un mundo multipolar no significa el fin del imperialismo. Por el contrario, puede dar paso a la coexistencia de múltiples proyectos imperiales compitiendo entre sí por una nueva distribución del poder mundial. Esta nueva configuración no elimina las relaciones asimétricas propias del capitalismo global. De hecho, la ambivalencia de países como China, India y Rusia —que se presentan como parte del “Sur Global” pero ya ocupan posiciones privilegiadas en la jerarquía del sistema— implica el riesgo de perpetuar o incluso profundizar los patrones extractivistas, primario-exportadores y autoritarios que han condicionado el subdesarrollo histórico de vastas regiones.

La multipolaridad, además, no garantiza un orden internacional fundado en los principios de autodeterminación y soberanía. Basta recordar la invasión rusa a Ucrania o la proyección autoritaria de regímenes como los de Vladimir Putin, Xi Jinping o Alí Jamenei, para constatar que este nuevo orden multipolar también puede ser un terreno fértil para el autoritarismo global.

Así, la multipolaridad se revela como una ilusión. Más allá de los encantos que sectores de la izquierda global le atribuyen, embellecer a los nuevos centros capitalistas emergentes u oponerlos mecánicamente a Occidente no borra su carácter explotador ni sus intereses hegemónicos. No estamos ante dos mundos enfrentados, sino ante un único mundo capitalista, reorganizándose en función de una nueva disputa por mercados, mano de obra barata y recursos naturales depreciados.

La idea de un mundo multipolar democrático, equilibrado y justo no es más que una quimera.

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