El 16 de mayo de 2022, un adolescente supremacista blanco perpetró una masacre en un supermercado de Buffalo, Nueva York, donde asesinó a diez personas. Motivado por la teoría conspirativa del “gran reemplazo”, el joven dejó un manifiesto de 180 páginas en el que expresaba su admiración por otros terroristas supremacistas y su obsesión por lo que describía como el “reemplazo racial y cultural de la población blanca”.
¿En qué consiste esta teoría? Se trata de una falacia conspirativa que sostiene la existencia de un plan deliberado —supuestamente orquestado por élites políticas y económicas— para destruir a la “raza blanca” y su cultura, con el fin de convertirla en una minoría. Aunque sus orígenes se remontan al nacionalismo francés de principios del siglo XX, su formulación moderna se atribuye al escritor Renaud Camus, autor de Le Grand Remplacement (2011). Desde entonces, la teoría ha sido adoptada por sectores de la derecha reaccionaria y difundida ampliamente por internet, donde se ha mezclado con otras ideas conspirativas promovidas por grupos supremacistas blancos para justificar su odio —y, en algunos casos, sus crímenes.
La narrativa del “terror blanco” no es nueva. Basta con recordar el segregacionismo sureño en Estados Unidos, el régimen nacionalsocialista en Alemania o el apartheid en Sudáfrica. En el caso estadounidense, aunque la Guerra Civil (1861–1865) abolió la esclavitud, surgieron de inmediato organizaciones terroristas como el Ku Klux Klan (fundado en 1865), que usaron la violencia para mantener la hegemonía blanca.
Si bien el supremacismo blanco ha sido un fenómeno constante en la historia de EE.UU., alcanzó una visibilidad alarmante durante la campaña electoral de Donald Trump en 2016 y su presidencia (2017–2021). Sus reiteradas declaraciones xenófobas, en línea con la narrativa del gran reemplazo, avivaron el odio racial y los sentimientos antiinmigrantes. No por casualidad, durante el asalto al Capitolio en enero de 2021, muchos de sus seguidores coreaban “You will not replace us” (“Ustedes no nos reemplazarán”).
A este contexto se suma la sistemática negativa del Partido Republicano a aprobar leyes que restrinjan el acceso a armas de fuego, como la Ley de Prevención del Terrorismo Doméstico. Más aún, varios de sus líderes han contribuido activamente a difundir la teoría del gran reemplazo. Entre ellos se encuentran figuras como Newt Gingrich (Georgia), Elise Stefanik (Nueva York), Wendy Rogers (Arizona), Brian Babin (Texas), Cindy Hyde-Smith (Mississippi) y el gobernador de Texas, Greg Abbott, quienes han afirmado públicamente que los inmigrantes están siendo “traídos” para sustituir a la población blanca.
Esta retórica también ha sido amplificada por medios de comunicación como Fox News, One America News Network y Newsmax. Voces como las de Tucker Carlson y Laura Ingraham han promovido esta narrativa de forma sistemática, contribuyendo a su normalización y legitimación en el debate público.
No se puede pasar por alto que la teoría del gran reemplazo ha servido como justificación para actos de violencia extrema. Entre las masacres cometidas bajo esta ideología destacan el ataque a una sinagoga en Pittsburgh (EE.UU., 2018), la matanza en las mezquitas de Christchurch (Nueva Zelanda, 2019), el tiroteo en la sinagoga de Poway (California, 2019), la masacre en un supermercado de El Paso (Texas, 2019), y más recientemente, la tragedia en Buffalo (Nueva York, 2022).
En definitiva, la teoría conspirativa del gran reemplazo no solo es una narrativa infundada: es un discurso de odio que alimenta la violencia racial, legitima la supremacía blanca y amenaza los principios democráticos más fundamentales. Mientras siga siendo tolerada o promovida —ya sea desde el poder político, los medios de comunicación o las redes sociales— continuará justificando el odio, la exclusión y la muerte.
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